El 31 de diciembre del 2016 pasé el año viejo en casa de mi hermano, no es que tuviera muchas expectativas de esperar el 2017, pero mi hermano, mi cuñada y yo no queríamos matarles a los papas la ilusión de la tradicional espera de las 12 de la noche, y las concebidas felicitaciones y buenos deseos entre nosotros mismos; deseos de que las cosas malas del 2016 se quedaran por ahí perdidas y que las buenas se repitieran y que el nuevo año trajera solo otras buenas.
Después de cenar, no recuerdo cómo vino el tema de “que el tiempo pasado siempre fue mejor” y de otros tiempos en los que las tradiciones eran importantes, y Don Jafet comenzó a acordarse de las canciones que cantaba en el colegio, resultó que eran las mismas que yo había aprendido a pesar de la diferencia de más de 30 años. Nos pusimos a cantar a buena voz: papi, mami, Guillermo, Don Jafet y yo, y él estaba contento recordando y cantando conmigo.
¿Quién nos podía decir que cuatro meses después… lo perderíamos? El viernes en la mañana cuando me enteré de que había muerto, en medio del llanto, me puse a cantar las canciones que unos meses atrás había coreado con él.
¿Qué más podemos darles a nuestros viejos queridos, que la alegría de estar con ellos cuando todavía es posible? Visitarlos, aunque sea una tarde lluviosa, llamarlos cada día para escucharlos al otro lado del teléfono y saber que están ahí, para que nos cuenten las mismas historias o las dolamas del momento, pero poder escucharlos cuando todavía es posible. Celebrar con ellos el cumpleaños, las navidades, las madres porque nunca sabremos cual será la última.
Creo que nunca estaremos preparados para que nuestros seres queridos se marchen, ni siquiera los que decimos tener fe nos consuela, que va a “Brillar para ellos la Luz Eterna”. Pero mientras pasaban las últimas horas de despedidas en esas conversaciones de funeraria, donde queremos hablar de otras cosas para olvidar un poco el dolor, Memo comentaba que en su opinión Don Jafet había vivido una vida feliz: había disfrutado de sus hijas y de sus nietos, los había visto nacer y crecer, incluso a las más pequeñas, había visto a sus hijas progresar, vivía una vida tranquila, visitaba a sus hijas y compartía con ellas, era feliz, escuchaba música, cocinaba, qué más puede pedir uno al final de sus días.
Tal vez escribo y repito esta reflexión para pensar un poco en mis padres y en su vida. Sé que más temprano que tarde estaré ahí, viviendo lo que las chicas vivieron este fin de semana y como dijo Ara, comprenderé lo duro que es estar sentado en ese mueble negro de la funeraria. Y no es que quiera ser pesimista ni pensar en estas cosas antes de tiempo… sino que por el contrario quiero pensar que mis padres viven una vida maravillosa, han visto crecer a sus cuatro hijos y a sus nietos, Dios les ha dado una vida larga dentro de lo posible llenos de salud y yo me siento más que agradecida, y doy gracias a Dios cada día.
Dentro de toda la tristeza en la que se revistió el fin de semana, fue maravilloso saber que a Don Jafet todos lo podrán recordar como un hombre bueno y como describió su yerno: “lleno de ternura”.
Finalmente, pensé que era un buen momento para pensar en mi vida, y en qué cosas debo cambiar, porque creo que lo único que deberíamos hacer durante el transitar por este mundo es intentar hacer el bien, llevar paz y amor a los que nos rodean y que el día en que nos toque, porque es lo único seguro que tenemos en esta vida, los demás, los que se quedan quieran recordarnos por la bondad y la ternura que esparcimos por el mundo.
Los otoños son coloridos y hermosos. Vivir cada momento como si fuera el ultimo y disfrutar el amor que podemos brindar a todos los que vinieron antes de nosotros. Mientras estén en nuestra memoria, no morirán.
Memento Mori…
Disfrute mucho tus palabras y reflexion.