La cuaresma va llegando a su fin. Ese tiempo de renovarnos y en estos días he encontrado en el libro de Benjamín muchas ideas hermosas muy a tono con el momento.
“El reino de Dios es como la semilla sembrada. El campesino se va y confía el misterio a la semilla… No recordéis lo antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando ¿No lo notáis? (Is 43,18) Es una invitación a salir de los recuerdos que entretienen la nostalgia para abrir los sentidos a la historia y percibir lo nuevo que llega”
Me impactó mucho leer esto porque el pasaje coincidía con la lectura del domingo pasado. ¡Cuanto nos cuesta olvidar lo antiguo, y hacerle frente a las novedades de la vida! El campesino siembra la semilla en la tierra y confía… no sabe lo que está ocurriendo allí dentro pero pone toda la confianza y sabe que en algún tiempo, de la tierra brotara un retoño y dará fruto. A veces nos cuesta tanto “confiar”, nos cuesta tanto “esperar” y la razón es que este mundo se ha vuelto demasiado inmediato, eso nos ha hecho perder la esperanza y la confianza en que el cambio vendrá y las cosas ocurrirán. Todo lo queríamos para ayer…
Quiero terminar la cuaresma con esperanza llenarme de ese optimismo de los campesinos y creer que siempre las cosas saldrán bien y que, aunque muchas veces no quede tan claro que es lo que va a pasar, Dios está de nuestro lado no y nos abandona.
Mientras esperamos, hay que actuar, hacer otras cosas y en otra parte nos dice Benjamín: “El fuego se propaga por contagio, no se transmite a distancia. Hay que aproximarse a las personas, a su situación concreta para transmitirles la pasión por este mundo nuestro que Dios ama”
Creo que eso haré mientras espero: aproximarme a los demás y tratar de transmitir el fuego, la pasión ser solidaria con los demás, nos gusta mucho hablar, pedir, reclamar, pero ¿no sería mejor si nos dispusiéramos a actuar? Ya sembramos, tomemos el tiempo de prepararnos y trabajar para cuando llegue el momento de recoger lo sembrado.