Tenía 23 años la primera vez que hice el viaje a la montaña. Veinte años después había decidido volver. Era poco lo que recordaba de aquel primer viaje, solo hechos aislados y que había sido muy agotador y que fue organizado por un grupo de la universidad. En aquella época había comenzado mi preparación apenas con un par de semanas de antelación, así que no tuve mucho tiempo de ponerme en forma. Ahora, aunque ya no era tan joven como entonces, me sentía más en forma, hacía ejercicios regularmente y caminaba todos los días, así que estaba convencida de poder realizar el recorrido de veinte y cinco kilómetros en un día.
Llegamos a la acampada en la tarde y allí dormimos y en la mañana nos organizamos para comenzar la caminata. Los planes eran salir del punto de partida a las siete de la mañana y se suponía que alrededor de las dos de la tarde debíamos llegar al valle.
A medida que comencé a avanzar me fui distrayendo con el paisaje que era maravilloso. A lo lejos se observaban casitas con sus techos de zinc y cualquier variedad de arboles. Iba cruzando los riachuelos con sus puentes que daban miedo, al mirarlos parecían débiles, pero al atravesarlos comprobaba que estaba firmes con sus tablas atravesadas entre dos gruesos troncos. Fueron pasando por mi lado los caminantes que me animaban a apurar el paso pero yo había decidido que iría a mi ritmo, quería disfrutar la caminata.
En un momento me percaté de que hacía mucho rato que no pasaba nadie por mi lado. Comencé a mirar hacia atrás a la espera de nuevos caminantes, pero yo calculaba que había transcurrido aproximadamente una hora desde que me había pasado el último por el lado. Comencé entonces a sentir algo de aprensión. Las instrucciones que nos habían dado indicaban que el camino era seguro, así que en teoría, aunque estaba sola no debía preocuparme.
Seguí avanzando lentamente, pero comencé a sentirme cansada, había estado llenando la cantimplora en los riachuelos que encontré en el camino pero el último lo había dejado hacía mas de dos horas y el agua se había agotado. Vi entonces un letrero que indicaba que había un rio bajando una pendiente.
Miré la pendiente y me pareció demasiado empinada para mi gusto, pero no había opción, era bajar o quedarme con sed y sentía que no podía dar un paso mas. Me quité la mochila que llevaba a cuesta para bajar mas cómoda y comencé a descender lentamente. El terreno estaba muy resbaloso y me iba a sujetando de las ramas, afirmaba los pies, las agarraba para ver si estaban fuertes y entonces me agarraba de ellas para dar un nuevo paso, pero de repente una de las ramas cedió, me resbalé con el lodo y me vi rodando cuesta abajo sin lograr detenerme, iba arrastrando todo el lodo que había a mi paso y sentí como me rasguñaba todo, trataba de agarrarme a las ramas y a las piedras pero por mas intentos que hice llegué a la orilla del rio rodando. Sentía que me dolía todo y respiré profundo antes de evaluar los daños que había en mi cuerpo.
Comencé a mirarme detenidamente cada rasguño y entonces sentí un dolor en una de mis piernas. Vi el pantalón roto y lleno de sangre y cuando miré me di cuenta de que al parecer me había golpeado con alguna piedra filosa y tenía una herida abierta que no tenía buen aspecto. Traté de incorporarme pero me dolía mucho la pierna.
Miré entonces hacía arriba y me di cuenta de que había descendido mas de lo que hubiera querido. Con la herida que tenía en la pierna sería casi imposible volver a subir. Traté de tomar las cosas con calma y caminé hasta el riachuelo, tome agua, llené mi cantimplora y lavé la herida.
No tenía muchas posibilidades de ser encontrada por un buen rato, primero todos debían llegar al valle y cuando comenzaran a pasar revista entonces se darían cuenta de no estaba. Comencé a sentir temor de encontrarme allí perdida y pensé que había sido muy tonta al haberme quedado sola en el camino. Me senté sobre una piedra y como me ocurría cuando estaba en situaciones difíciles comencé a divagar.
Pensé en las circunstancias que me habían hecho tomar la decisión de hacer de nuevo aquel viaje a la montaña. Era el anhelo de recordar tiempos mejores en los que el tenía la vida llena de sueños todo el mundo por delante, donde no había preocupaciones y pensaba que podía lograr cualquier cosa que me propusiera. Mi vida había cambiado tanto en los últimos tiempos, el trabajo y la rutina se había apoderado de mi y sentía que la vida ya no tenía emoción.
Aquí en medio de la soledad de la montaña sintiéndome perdida ¡cuanto anhelaba que apareciera una persona! Miré hacia la pendiente y la vi llena de lodo, recordé que el lodo era lo que me había hecho resbalar y caer. A veces el lodo puede ser mas profundo de lo que te imaginas, hay que tener cuidado cuando se pisa. Es como la vida muchas veces nos encontramos con situaciones que pueden ser mas profundas o peligrosas de lo que imaginamos.
Decidí que no hacía nada lamentándome o pensando estupideces y comencé a buscar por los alrededores alguna rama fuerte y firme. Encontré una entre los matorrales, me apoyé sobre ella, vi que funcionaba como muleta y entonces comencé mi intento por ascender. Lentamente iba avanzando por la subida empinada y llena de lodo cuando de repente creí escuchar voces. Detuve el ascenso y me concentré. Si! eran voces, no distinguía lo que decían pero eran voces. Entonces comencé a gritar:
― Ayuda!!! ― y esperé a ver si contestaba alguien
― Ayuda!!! ― volví a gritar ― aquí abajo ayúdenme por favor.
Entonces comencé a distinguir las voces mas claramente. Las escuchaba mas cerca y me di cuenta que venía en mi ayuda. Un momento mas y vi a aquel chico, alto, fuerte con su gorra azul que se acercaba. Me preguntó que me había ocurrido y le explique brevemente que había bajado a llenar la cantimplora de agua y como me había resbalado y había llegado rodando hasta abajo. Cuando le pregunté como me habían encontrado me contó que encontraron mi mochila en el camino y les extrañó porque pensaban que todos ya iban adelantados, entonces escucharon mis voces. Le comenté que yo también pensaba que no quedaba nadie atrás porque hacía varias horas que me había pasado la última persona por el lado. Le dije que cuando escuché las voces sentía que había vuelto a nacer.
Con ayuda de él logre subir hasta el camino nuevamente. Estuvimos un rato esperando al equipo de apoyo que venía detrás con los bultos y las mulas. Decidimos que no podía seguir el camino con la pierna como estaba así que me subieron a una de las mulas y así terminé el trayecto hasta el valle.
Pasamos dos días en el valle y lo pasé recluida. Cuando ocurren cosas que ponen en peligro nuestras vidas nos da por pensar: ¿Si me hubiera ocurrido algo y hubiera sido el último día de mi vida hubiera estado conforme con lo que había hecho hasta ahora? En esos días en la enfermería pensé en tantas cosas de mi vida que quería cambiar y al regresar a casa llegué con una firme de decisión de no volver a hacer nunca nada que no me hiciera completamente feliz