Me desperté con una pesadilla, soñaba que era niña y que estaba intentando cerrar las ventanas de mi habitación, que eran celosías de metal como las de mi casa paterna vieja y que por mas que lo intentaba se volvían abrir. Nuestra ventana daba a un callejón al que debo reconocer que en ocasiones le tenía miedo, al final del sueño le gritaba a mi papá y lo escuchaba bajar corriendo las escaleras en mi auxilio, no quise esperar y abrí los ojos.
No podía seguir durmiendo y estaba congestionada, he descubierto que cuando estoy congestionada tengo pesadillas, así que encendí la luz y me incorporé, procedí a untar mi vick-Vaporub y a esperar que pasara la congestión y me acordé de los tres grandes sustos de mi hermana y mio, en nuestra niñez. Son memorables y nunca he escrito sobre ellos.
Desde muy temprana edad nos vimos en la obligación de levantarnos temprano para dejar la casa limpia antes de irnos al colegio, nunca entendí si era que nuestra familia pasaba por alguna crisis económica o que mi mamá, por alguna de esas arbitrarias razones, había decidido no contratar más empleadas en la casa, lo cierto es que nos tocaba levantarnos de madrugada. 57 años después la memoria se va desdibujando pero calculo que la hora de levantar debía rondar por las cinco de la mañana para que nos diera tiempo antes de alistarnos para ir al colegio.
A mi hermana le tocaba una parte de la casa: el pasillo, el baño y el comedor; a mi la sala y la cocina, porque las habitaciones estaban alfombradas y no había que limpiarlas. A esa hora nos levantamos y abriamos el patio a tomar agua para limpiar el piso, yo me encontraba llenando una de las cubetas cuando, escuché una voz en el patio trasero, que decía: «Pásame la pistola», como un rayo, solté la cubeta que estaba llenando y salí disparada para la casa, con tan mala suerte que olvide cerrar la puerta, mi hermana estaba lavando el baño y cuando entré y le dijé lo que escuche, ella decidió cerrar la puerta del baño y allí quedamos encerradas. La ventana del baño de la casa, por un extraño diseño de las remodelaciones improvisada daba directo a la cocina, y mi hermana rauda había atinado a cerrarla, nosotros escuchábamos unos pasos que se aproximaban desde el patio, luego abrían la nevera, los armarios de la cocina, los de arriba, los de abajo, abrían la llave de agua y en ese punto con el corazón desbocado, mi hermana, muy valiente, decidió asomarse por la ventana, y con una voz como de ultratumba me dice: «pssss e’ papi»… Y entonces las dos nos explotamos de la risa y continuamos nuestros quehaceres. Luego nos enteramos que mi madre había olvidado sacar del freezer la comida congelada de la perra y que papi había bajado a por ello, el de la pistola, entendemos que fue fruto de mi imaginación.
La segunda historia ocurrió la noche después que murió mi abuelo paterno. Mi mamá se había ido de la casa diciéndonos que el abuelo estaba grave y que se iba a quedar donde mi tío hasta el desenlace, nos habíamos acostado sin noticias, luego supimos que había muerto en la madrugada. Cuando sonó el reloj a las 5 sabíamos que los papás aún no habían llegado. Nos dispusimos a nuestras tareas domésticas y cuando dieron las 6 de la mañana comencé a escuchar un pitido, pi..pipi…pi…pipi y se callaba, en principio no le hice mucho caso, pero luego el pitido se repetía, pi..pipi…pi…pipi, despues de escucharlo repetidamente, pensé que era el fantasma del abuelo, y el miedo comenzó a apoderarse de mí, me dirigi hacia donde mi hermana y le expliqué lo que estaba pasando, ella como siempre, se encontraba lavando el baño, vino conmigo hasta la cocina, procedimos a hacer silencio y entonces ella escuchó el pitido, pi..pipi…pi…pipi, pero a este punto el pitido había duplicado su velocidad y ahora no se paraba: pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi… fuimos caminando hacia el patio y al llegar al pie de la escalera nos dimos cuenta que el sonido provenía de la habitación de mis padres que estaba en la segunda planta, nos debatimos entre subir y no subir, pero la angustia de no saber qué provocaba aquellos pitidos, pudo más que nuestros miedos y sigilosamente procedimos a subir la escalera: pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi, pi..pipi…pi…pipi, al llegar descubrimos que era el reloj despertador de los papas, que claro, como ellos siempre estaban allí cuando sonaba y lo apagaban de inmediato, era evidente que nunca lo habíamos escuchado, nuevamente la risa acudió a nosotras y no nos quedó más remedio que continuar limpiando. El abuelo había muerto, luego contariamos que, coincidencialmente, el reloj comenzó a sonar a la misma hora que el abuelo expiró.
La tercera historia, no fuimos nosotras las protagonistas de los sustos, sino nuestros padres… El reloj sonaba en mi habitación y yo me tiraba rápido de la cama para no quedarme pegada. luego levantaba a mi hermana. Ese dia no podia ni con mi alma, apenas podía mantener los ojos abiertos y no entendía porque diablos estaba tan cansada, con disciplina revolucionaria procedí a abrir la puerta del patio, sacar las cubetas y comenzar el proceso de llenarlas, echar el desinfectante y comenzar a mover los muebles de un lado para otro para hacer la limpieza, mi hermana se encontraba cepillando el baño mientras yo arrastraba los pies limpiando con los ojos cerrados porque no lograba abrirlos por mas que me esforzaba, cuando de repente veo a mi papa en medio de la sala, con su pijama de pantaloncitos de cuadros y sus chancletas y con una cara de enojado me dice: «Mami… que es lo que pasa», yo lo miro estupefacta, porque no entiendo qué me está preguntando, y le respondo: «Nada, estamos limpiando» y él pregunta escandalizado: » A las 2 de la mañana???!!!!» Todavía no puedo creerme lo que está pasando, mi hermana se asoma por el pasillo y me mira y de nuevo las dos nos explotamos de la risa… alguien nos había cambiado el reloj y yo no me percate. Dejamos las cubetas donde estaban, cerramos la puerta del patio y muertas de la risa volvimos a la campa, pero no logramos conciliar el sueño desternilladas de la risa. Al otro día me acordé, que la noche anterior, mi hermano había estado en el cuarto y lo vi jugando con el reloj, ingenuamente debe haber cambiado la hora.
Cuántas pequeñas historias de la niñez que nos unen y nos llevan a ser los adultos que ahora somos… recuerdos de historias de aparecidos en la noche solitaria de un sábado triste, historias que me unieron a mi hermana por el resto de mi vida, historias que asumimos con una alegría absurda, de dos chiquillas que no tenían preocupaciones y no sospechaban lo difícil que resulta luego ser un adulto. Cuánto me alegro de haber asumido nuestra realidad de esa forma y cuánto la extraño para reirme repetidamente de las viejas historias, la próxima vez que nos veamos volveré a recordar con ella la historias de aparecidos de nuestra niñez.