Las Copas


La verdad es que tía Lola ni de lejos fue la mejor de mis tías, pero era la hermana preferida de mi padre. Según la recuerdo, aunque hace ya muchos años era una mujer complicada, pero por alguna razón se llevaba a las mil maravillas con mi padre, tal vez porque era la hermana menor y terminó siendo la protegida. Lo cierto es que una vez mi padre muerto, cuando tía Lola enfermó, aunque yo estaba un poco hastiada de cuidar enfermos, me sentí en la obligación de cuidarla hasta sus últimos días.

Cuando llegó el momento de la repartición de las cosas que había en su casa, no dude en llevarme una vitrina que tenía toda la cristalería de la tía Lola, que durante años había admirado, sobre todo sus copas. Ella era aficionada a hacer grandes celebraciones y tenía copas de todos los colores, tamaños y tipos: copas para agua, de champaña, de vino tinto, de vino blanco, de vermut, de coñac, de licor, de jerez, de coctel, de Martini, lisas, transparentes, con relieves, decoradas, , azules, malvas, naranja.

De todas las copas que tenía mis preferidas eran unas que había usado para brindar el día de su boda al estilo Gaudí, tenía pequeños detalles que simulaban la técnica de trencadís, cerámicas quebradas de color rosado, rojo y azul, con repeticiones periódicas, tenía pequeños circulitos formando racimos de uva y corazones. El soporte de la copa estaba decorado con un listón dorado con vetas azul oscuro y azul cielo que le daban un toque majestuoso, el mismo listón se repetía en el borde.

Durante mucho tiempo estas, copas ocuparon un lugar especial en la vitrina que me había traído de casa de tía Lola. En las diversas ocasiones que tuve que mudarme de casa hacía un ritual para envolverlas en papel de burbujas y colocarlas en una caja de madera porque no quería que se rompieran y volvía a acomodarlas con mucho cuidado en la vitrina, que luego cerraba celosamente con una llave.

A pesar del cuidado extremo no las tenias como mera decoración, cada vez que había una ocasión sacaba mis copas y las utilizaba porque me sentía orgullosa cuando los invitados me decían que eran hermosas.

Mi vida circunstancialmente comenzó a dar giros inesperados, la estabilidad que había tenido por mas de treinta años comenzó a tambalearse y oscuros nubarrones se vislumbraron en el horizonte, en un momento dado me sentí completamente sola y teniendo que asumir las riendas de una realidad que había cambiado completamente. Aunque internamente me sentía convulsionada, mi hábitat permanecía, había perdido muchas cosas, pero mi casa y todos los objetos que la formaban seguían ahí y me ayudaban a mantener la fortaleza para levantarme cada día y seguir adelante.

Una noche invité a una amiga a casa y me trajo de regalo una botella de vino, yo abrí con ceremonia mi vitrina y saqué el par de copas de la Tía Lola, como siempre llegaron los elogios correspondientes y serví el vino. Cuando mi amiga ya se había marchado me sentía un poco mareada por el vino y la conversación y mientras recogía la mesa sin darme cuenta tiré una de las copas, me quedé petrificada mirándola, temiendo levantarla, cuando volvieron las fuerzas a mi mano, lentamente la giré para descubrir con alivio, que, aunque en el borde de la misma se había hecho un pequeño e insignificante quiebre, apenas se notaba, la copa seguía siendo bella y a mis ojos perfecta. La lavé con cuidado, las sequé y volví a guardarla en la vitrina.

Tal vez fruto del vino y que no estaba muy en mis cinco sentidos en ese momento, olvidé complemente el incidente y unos días mas tarde cuando tuve otra visita en casa volví a sacar las copas. Levantamos las copas en alto para brindar por algo y al chocarlas, probablemente debilitada por el incidente anterior, se rompió y entonces sentí como mi mundo se vino abajo. Vi la copa rota, esta vez irreparablemente y sentí mis ojos humedecerse y como dos pesadas lagrimas rodaban por mis mejillas. Sabia que no era la copa, ella solo representaba las únicas seguridades que me quedaban, los objetos de mi vida a los que seguía aferrándome para evitar que el mundo se tambaleara.

La noche terminó rápidamente, imagino que la tristeza que llevaba en el corazón se reflejó rápidamente en mi cara y en mi animo y los amigos se retiraron temprano. Después de recoger las cosas, me fui a dormir, pero no logre conciliar el sueño.

A la mañana siguiente me había levantado con una firme determinación, encontraría la sustituta de la copa como fuera. A partir de ese día viví con una sola obsesión conseguir la copa nuevamente. Recorrí todos los lugares donde vendían cristalería fina, lugares de antigüedades, me metí en el internet e hice búsquedas de todo tipo intentando localizarla. Después de unos días, primero decidida, eufórica y después frustrada y decepcionada, me di cuenta de que lo que estaba tratando de hacer era una locura, la tía Lola tenia varios años de muerta y se había casado hacía mas de 50 años, las posibilidades de encontrar una copa igual o tan siquiera parecida eran absurdas y lo sabia, entonces comencé a preguntarme, qué era lo que realmente estaba tratando de hacer cuando intentaba encontrar la copa.

Me levanté decidida, fui a la vitrina y encontré la otra copa, sin pensarlo dos veces la lancé al suelo y vi como se rompía en pedazos que salían disparados por todos los lados.

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