Abrió los ojos y tuvo que hacer un esfuerzo para descubrir donde estaba y recordar lo qué había ocurrido. Se encontró en su cuartucho pequeño, sucio, mal oliente. Lentamente se incorporó y descubrió que la cama estaba llena de sus propias inmundicias. Regadas en la sábana blanca se observaban los restos de la comida, procesados y descompuestos, sometidos a la acción de los jugos gástricos. Vio las botellas de cerveza vacías regadas por todos lados. Aguantó la respiración para no devolver la arcada que sentía venir desde su interior.
Bajó de la cama y se dirigió a la parte atrás de la casa, abrió la llave común que compartía con el resto de los vecinos de la cuartería donde vivía. Al salir, el sol se asomaba apenas por el horizonte. Una brisa extraña fría se le metía por los huesos. Una vez llena la cubeta de agua se dirigió al baño y sin mucho esmero se aseo para sacarse de arriba el mal olor y la resaca.
Salió de la casa y recogió del piso una botella plástica. El cuerpo volvía a exigirle su veneno. No sabía qué día era, pero seguramente habían pasado más de veinticuatro horas desde aquel momento fatal.
Lo tenía claro, sabía dónde proporcionarse una dosis suficiente para enfrentar el día y decidir cuál sería el próximo paso. Caminó con paso seguro hacia el malecón, sin dar rodeos llegó al parque, era el recorrido que hacía cada día de regreso de su casa, comenzó su búsqueda mientras volvían a su cabeza los hechos desafortunados.
Ramón había venido en busca de una mejor vida desde su campo de Monte Plata, la cosa se había puesto difícil en el pueblo y un amigo le dijo que le iba a dar trabajo en un colmado. A partir de las ocho de la noche, el colmado se convertía en una discoteca, se sacaban las mesas a la acera y llegaban los empleados que salían de los trabajos, a tomarse una cerveza. Él nunca había tomado, así que se limitaba a abrirlas y mantenerlas “cenizas”, “como un velo de novia”, como decían los comensales. ¿Cómo fue que cayó en eso? Definitivamente aquella mujer había sido la causa de todas sus desgracias.
Se acercó al primer basurero, metió la cabeza y comenzó a sacar los restos de la basura, hasta que dio con la primera botella, al menos estaba limpia, le quedaba un pequeño fondo de cerveza unos diez mililitros. Abrió la botella plástica y vació el contenido… con otras seis como esta sería suficiente.
La primera vez que la vio tenía unos pantalones negros apretados, y unos zapatos de plataforma rojos, pensó que era una diva que no estaba al alcance de sus manos, solo de algunos sueños húmedos y peligrosos. No podía apartar la mirada de la mesa donde ella estaba, y de pronto las miradas se encontraron, la de ella fue picara, mal intencionada, se le hacía un pequeño agujero en la mejilla y tenía un lunar encima del labio, aunque en ese momento no sospechó que era tan ficticio como todo en ella. Le pareció “una mujerona” pero, en definitiva, fuera del alcance de sus manos.
A partir de ese día, todas las tardes llegaba al colmado con unas amigas a tomar cerveza, y siempre era ella la que se acercaba al mostrador a pedirlas. Y él, que no era para nada tímido, al notar cierto interés, entró en confianza y le pidió el número. Si, definitivamente ese fue su primer error.
Al lado del puesto de pizzas siempre había muchas. Tenía que pensar con claridad cuál sería el próximo paso, regresarse al pueblo o buscar otro trabajo en la capital, aunque ahora, al pensar en todo lo ocurrido, no estaba seguro de que podría volver a conseguir trabajo en la ciudad. Su mente estaba nublada, ofuscado, como si aún no lograra despertar del sueño. Rebuscó en el basurero y encontró tres botellas más, las fue vertiendo una a una y consiguió unos cincuenta mililitros, se vio tentado a tomarlos, pero sabía que eso no sería suficiente para aclarar la cabeza, debía aguantar un poco aún.
Después de tres semanas saliendo con Zaira, y ante la insistencia de ella, decidieron mudarse, resultó que quienes le pagaban las cervezas eran las amigas porque ella no estaba trabajando y estaba desesperada por salir de su casa, según decía, su mamá era una vieja con muchos recatos que la obligaba a estar metida en la iglesia. Y él, que se le salía la baba por ella, no lo pensó dos veces, le pidió un préstamo al dueño del colmado para arreglar el cuartito donde vivía. Al principio todo fue color de rosas, ella se levantaba temprano y le preparaba desayuno antes de que saliera para el colmado, al medio día le llevaba una cantina con comida y se sentaba con él, y entre un cliente y otro conversaban. Cuando ella se marchaba él se quedaba embelesado mirándola a lo lejos, se pellizcaba, porque no podía crear que aquella mujer le pertenecía. Llegaba a la casa tarde cansado del trabajo y ella lo estaba esperando, le decía que él trabajaba demasiado, pero él le respondía que, para poder pagar los gastos y todos los antojos de ella, era necesario.
Continuó caminando por los basureros, fue recuperando más botellas y completado la suya. ¿Por qué las personas no se tomaban la cerveza completa y siempre dejaban un fondo? Ese descubrimiento lo había hecho mientras trabajaba en el colmado. ¡Su trabajo! ¡Tanto que le había costado, tenía que pensar pronto que hacer!
La mayoría de los clientes devolvía la botella con un poco menos de la mitad de la cerveza, alegaban que se había calentado. Un día se le ocurrió ir llenando botellas plásticas con lo que dejaban los clientes. Hizo el experimento solo por curiosidad, para ver cuantas botellas lograba completar, reunió cinco botellas. Había quedado esa noche de salir temprano para ir a bailar con Zaira, y entonces recibió la llamada, ella le decía que se sentía mal y le dolía la cabeza, era la tercera vez que le barajaba la salida, se enojó tanto que se fue tomando una a una las botellas de cerveza. Llegó a la casa mareado danto tumbos, y fue la primera vez que no encontró a Zaira, estaba seguro de que no estaba cuando llegó, pero al otro día ella le dijo que él había llegado tan borracho que ni siquiera le había hecho caso, y el no pudo contestar porque no se acordaba de nada.
En el basurero que estaba al lado de uno de los puestos de comida, encontró una botella casi llena y un hot dog casi entero, de repente sintió hambre, no podía recordar qué día era, ni cuánto tiempo llevaba en el cuartito inconsciente. Limpio un poco la basura que tenía el hot dog y comenzó a comérselo, mejor echaba algo en estómago antes de tomarse la cerveza.
Desde esa noche intentó estar más alerta cuando llegaba a su casa, pero después que se había dado la primera borrachera, ya no podía parar, era una locura, un vicio que había estado escondido en su cuerpo. Durante el día se dedicaba a llenar botellas de cerveza vacías con las sobras de los clientes. Al principio se las tomaba al final del día, pero luego comenzó a tomar durante el día. El dueño del colmado comenzó a mirarlo con cuidado, y un día hasta le preguntó si estaba tomando, pero él lo negó, después de tomar se metía una menta en la boca para disimular el tufo. El trabajo, el alcohol y las dudas de la mujer lo tenían fuera de sus casillas. Ella, ya no se levantaba temprano para despedirlo, dejó de llevarle comida al medio día y por las noches, él estaba tan borracho que no podía darse cuenta de que ocurría.
Pero ese día se enfermó. Llego al trabajo con dolor de cabeza y creía que era de la resaca, después fue sintiendo todo el cuerpo cortado y al medio día comenzó la fiebre. Llamó al dueño y le dijo que viniera a relevarlo, porque él se encontraba muy mal. Al llegar a la casa en el momento que iba a introducir la llave en la cerradura escucho las voces y no se atrevió a entrar. Se devolvió sigiloso por donde había venido. Se paró en una esquina desde donde podía ver la puerta de la casa y al rato lo vio salir, caminar por la acera en dirección contraria a la que él estaba. Cuando lo vio doblar, dejo que pasara un rato y entonces regresó a la casa. Ella estaba en ropa interior tirada en la cama y entonces no pudo más, la miró con ojos de odio y la golpeo, ella gritaba y le decía que se detuviera y él le gritaba:
— Puta, puta, no eres más que una puta — trataba de darle puñetazos en la cara hasta que ella cayó al suelo y entonces se dio cuenta de la locura que estaba haciendo.
Cuando logró reaccionar vio que tenía un golpe en la cara. Ella lloraba en el piso, la vio levantarse dando tumbos, se lavó la cara y llorando fue recogiendo su ropa y sus cosas. El la miraba con los brazos derrotados a los lados, los hombros caídos, sentía que ardía de la fiebre y se creía delirando y de repente ella abrió la puerta para salir, lo miró con odio y le dijo:
— Me la vas a pagar, no eres más que un estúpido borracho miserable, que me tiene pasando miseria en este cuartucho, te voy a poner una querella en la policía. Voy a hacer que pierdas tu trabajo y te manden a la cárcel. — dando un portazo se fue.
Entonces abrió el refrigerador y vio todas las botellas de cerveza que tenía y comenzó a tomar. Fue dejando las botellas vacías, hasta quedar completamente inconsciente en la cama.
Tenía que ir hasta el colmado, para ver qué tan grave era su situación, si la policía aún no había ido a buscarlo, era una señal alentadora. Ella tenía la culpa, pero era la palabra de ella contra la suya. Se tomó la botella de cerveza que había ido recolectando de la basura y sintió como le atravesaba el cuerpo a través de sus vena, y se armó de valor para enfrentar su realidad cualquiera que fuera. De lejos divisó el colmado y todo estaba en calma, pero cuando llego al frente vio en el interior: la policía, su amigo el dueño del colmado y a Zaira, un escalofrió le recorrió por todo el cuerpo y comprendió que no tendría escapatoria.
—Buenos días — escucho su voz que temblaba y se dirigió a los policías y a su amigo porque no se atrevía a mirar a la mujer.
— Buenos días — escuchó que le respondían
— ¿El Sr. Ramón Núñez?
— Si, ese soy yo.
— Queremos hacerle unas preguntas.
Ramón sentía como las gotas de sudor le corrían debajo de sus brazos en el interior de su camisa. Y en ese momento se atrevió a mirar a Zaira y cayó en la cuenta de que tenía esposas puestas en las manos, también se percató que a su lado había otro hombre que no conocía que también estaba esposado. Solo cuando el policía comenzó a hablar todas las piezas del rompe-cabeza comenzaron a encajar. Dos horas después caminaba nuevamente hasta su cuartucho intentando procesar toda la información que había recibido.
Zaira pertenecía a una banda que se dedicaban a asaltar colmados. El modus operandis era que una chica bonita engatusaba a una persona de las que trabajaban en el colmado, se mudaba con él unas semanas, le sacaba información y le robaba una copia de la llave del colmado. Luego ejecutaban el robo e inculpaban a la víctima. La policía le tenía el ojo encima y cuando Zaira fue a poner la denuncia por maltrato la atraparon, la obligaron a seguir con el plan del asalto para atrapar al resto de la banda en plena operación. Todo había ocurrido durante el día anterior y la noche mientras Ramón estaba inconsciente en su casa por todas las cervezas que se había tomado.
Volvió a hacer el recorrido de vuelta a su casa. Hubiera preferido que lo acusaran de ladrón ¿Cómo había pensado que una mujer así podría enamorarse de un hombre como él? Aun recordaba la sonrisa de desprecio y burla de la cara de Zaira cuando se la llevaba la policía. Se detuvo frente al mar y miró hacia el horizonte, miró el acantilado que se le ofrecía delante de él.
Excelente historia muy bien contada, especialmente porque sé que para ti no se trata de un tema vivencial y, sin embargo, pata tu crédito, está tratado con el realismo y la crudeza que amerita. Me encantó la estructura con los flashbacks y el desenlace inesperado. Y también me fascinó la sugerencia de un final trágico para Ramón en la última línea del cuento.. Felicitaciones.