Dice Grum, que “Lo más bonito que hay en el mundo es infundir alegría a los demás”, pero al leer esto no sé porque me dio por pensar que eso ocurre siempre y cuando los demás estén dispuestos a recibir la alegría que queremos compartir.
“Si giramos únicamente en torno a nuestras necesidades, no estaremos nunca contentos… Pertenece esencialmente a la alegría el gesto de abrirse, de abarcar también al otro, de entregarse. La buena disposición para alegrar a los otros repercute positivamente en nosotros” Anselm Grum
Pero pienso que, si nosotros queremos entregar alegría a los demás, pero los otros no quieren recibirla, debemos agarrar nuestra caja de alegrías e irnos a otra parte donde alguien quiera recibirla. Es triste entregarse por completo y que el otro no valore esa entrega. Uno tiende a decepcionarse un poco de los demás. Y tal vez hoy me mueve todo esto a pensar que por ahí, allá fuera en el mundo hay muchas personas necesitadas de nuestro amor y nuestro cariño, solo debemos elegir la persona adecuada para entregarlo.
Llegó con su caja llena de alegrías y se instaló en una esquina de la calle. Cada vez que se acercaba alguien a preguntarle que vendía, él le regalaba una pequeña dosis de alegría. Las personas lo miraban, primero escépticos de que alguien estuviera regalando algo sin esperar nada a cambio, pero respondía que su paga era ver a otros sonreír. Las personas aceptaban la pequeña dosis de alegría y después se alejaban con una sonrisa en los labios y con deseos de llevar también su alegría a otros lugares. Y así estuvo por muchas semanas entregando su alegría a los que habitualmente pasaban por aquella calle. Pero al cabo de un tiempo las personas se cansaron de recibir cada día la alegría que él les regalaba, primero dejaron de detenerse, y luego cuando el insistía en regalarles su alegría decidieron cruzar al otro lado de la calle, desviaban la mirada y lo ignoraban. Entonces comenzó a sentirse triste, y se dio cuenta que su caja comenzaba a llenarse de tristezas, entonces comprendió que había llegado el momento de partir. Limpió su caja, sacó de ella todas las tristezas y volvió a llenarla de alegrías, la cerró nuevamente y partió con ella a otro lugar donde alguien quisiera recibir sus alegrías.