Ayer cuando salí de la oficina unas nubes negras forraban el cielo. Fuimos a comprar algo y apuraba a mi hijo porque nos íbamos a mojar. «No va a llover hasta después de las cuatro, que es cuando termina mi turno» comentó un empleado de la tienda tratando de ser optimista. Yo pensé: «Eso es porque usted no ha salido afuera y ha visto el negro que hay en el cielo».
Al subirnos al carro unas gotas gruesas iban haciendo su entrada triunfal. En segundos ya no podía ver el carro que iba delante de mi y tuve que encender las luces. «¿Has pensado que toda esa agua que esta cayendo estaba en las nubes y que eso está altísimo? así que las gotas deben venir con una fuerza tremenda desde el cielo, además, al menos unos minutos antes de que nos demos cuenta de que esta lloviendo, ya ellas comenzaron a caer» escuche la voz de mi hijo que analizaba el proceso científico de la lluvia. Lo miré entretenida y le devolví mi apreciación filosófica: «¿Has pensado que detrás de esa lluvia debe haber alguien majestuoso y maravilloso que hace posible que esta ocurra?» Me devolvió su mirada escéptica y no respondió.
El agua bajaba por la avenida a torrenciales como si fuera un rio de corrientes turbulentas, las calles se inundaron en segundos y los chicos comenzaron a salir de la casa a aprovechar, la dosis gratis y abundante de agua que nos enviaba el creador. Mi mente se transportó a cuarenta años atrás: «Mami, ¿podemos bañarnos en la lluvia?», «Si pero no se vayan lejos». Y me vi a mi misma y a mis hermanos disfrutando, en las calles de mi barrio, del aguacero, nos metíamos en el caño, que bajaba del techo de la casa, por turnos y si el agua era fuerte nos dejábamos deslizar por la pendiente del parqueo. Luego buscábamos barquitos improvisados con palitos, hojitas o cualquier cosa y los hacíamos navegar por la alcantarilla hasta que los veíamos perderse en el desagüe. También veíamos salir a los otros chicos del barrio y entonces formábamos un coro y ellos también querían meterse bajo el chorro de nuestra casa. Cuando nuestras manos estaban arrugadas y azules mi madre pensaba que había llegado el momento de entrar y nos esperaba con una alfombra y toalla.
Luego… me transporte a Don Juan. Corriendo por toda la plazoleta y saltando de charco en charco; y ya de adulta refugiada bajo las sabanas de cualquier cama, con un libro entre mis manos escuchando la lluvia caer sobre el techo de zinc.
Año 1989, primer invierno en Guate, pero no aquel donde hacia frio, sino aquel en que cada día a las 10:00 de la mañana se plantaba tremendo aguacero y no paraba hasta la tarde, era la época de lluvia, «el invierno» le dicen ellos. A media tarde , sombrilla y libreta en mano, partía hacia la cafetería, sabia que a esa hora no habría nadie, porque ya había terminado la hora del receso. Pedía una taza de café y perdida en mis recuerdos y añoranzas de mi casa, escribía.
Regrese a la realidad… Finalmente después de atravesar los mares de la avenida Independencia logramos llegar al refugio de nuestra casa. Pensé en la lluvia con nostalgia y con el sentimiento de que siempre creemos que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Yo amo la lluvia, aunque ya no se me ocurre bañarme en ella. Me gusta pasarla en mi casa, abajo de las sábanas, acurrucao y embollao. Pero era chulo bañarse en la lluvia. Es otra costumbre perdida, porque ya no veo a nadie darse un baño de lluvia 🙂