Comienza un nuevo año y como siempre nos hacemos propósitos, metas. Algunos solemos ser bien organizados y escribimos, otros simplemente los guardan en su memoria o en su corazón.
A mi particularmente me gusta escribirlos, por dos razones: primero porque me gusta escribir y segundo porque cuando los escribo luego puedo ir a lo largo del año evaluándolos y viendo si estoy fallando en algunos, e incluso puedo descartarlos, porque finalmente la vida es muy cambiante y en un año pasan muchas cosas, los propósitos y metas que a veces veíamos tan claro a principio del año, luego van perdiendo sentido y debemos sentirnos libres de borrarlos de nuestra lista.
Otra de las razones por las que me gusta escribir mis propósitos es para poder recordar. Al finalizar el año tenemos la tendencia de solo acordarnos de aquellas cosas no tan buenas que nos ocurrieron, y en realidad si sumamos y restamos muchas cosas hermosas pasaron y debemos agradecer por ellas. A propósito de esto traigo a cuenta una reflexión que escuche en estos días en las oraciones de “rezando voy”:
“No hay que temer al fracaso, a la lucha, al dolor a los pies de barro o a la debilidad, no hay que temer a la propia historia con sus aciertos y tropiezos, ni a las dudas, ni al desamor. La vida es así de compleja, turbulenta, incierta… hermosa. Pero debemos luchar contra tanta tristeza perenne, esa que se instala en el alma y ahoga el canto. Alimentemos la semilla de la alegría que Dios nos plantó muy dentro, que surja poderosa la voz esperanzada que clama en el desierto. Nadie va a detener el amor que se despliega en el mundo invisible aunque no lo veamos”
Y con esas palabras de esperanzas quiero comenzar el año 2013: “luchar contra la tristeza perenne… alimentar la semilla de la alegría… encontrar el amor que existe desplegado en el mundo, que a veces se esconde, pero está allí aunque no lo veamos.
Creo que ese será la misión personal del año 2013 y espero que cada cosa que haga vaya encaminada a encontrar esa felicidad.