El Diputado


Gabriel acababa de cumplir 15 años era un chico alto, delgado y con el pelo negro ensortijado, pero llegar a la adolescencia era lo peor que le había pasado. No por las hormonas que, menopaúsicas, provocaban que el pelo brotara a borbotones por las partes más insospechadas de su cuerpo, sino desde que a su madre llegó con la idea, sacada de su lámpara de genio, de que él era suficientemente «grande» para ir solo a la parada a tomar el autobús. Gabriel estudiaba en un Instituto Politécnico Loyola que quedaba a una hora de la ciudad, desde los 12 años que había ingresado, su madre lo había acompañado cada mañana a la parada de autobuses, se sentía como Don Quijote con su fiel escudero Sancho a su lado. Tenía que estar allí a las 5:30 de la mañana porque el autobús pasaba a más tardar a las 5:45.

El trayecto tomaba unos quince minutos. Eran tres cuadras recto, se llegaba a una intercepción y se doblaba a la izquierda una cuadra más, la parada estaba ubicada justo al frente de un destacamento de policía así que era bastante seguro. Pero la cierto era que Gabriel no temía por su seguridad, todo su problema consistía en una historia que le había escuchado hacía algún tiempo a Juan Bobo el guardián del edificio donde vivía, cada vez que la recordaba los pelos, esos que se habían apoderado de su cuerpo, parecían que querían salir huyendo de su piel.

Juan bobo le había contado que en la cuadra antes de llegar a la intercepción, en una casa abandonada había vivido un señor llamado Francisco Batista, quien había sido diputado. El hombre en cuatro años que estuvo en la legislatura había comprado: cuatro mansiones, bancas de apuestas, un helicóptero, un avión privado y un yate pero cada vez que trataban de inculparlo no encontraban suficientes pruebas. Finalmente, en una ocasión, un juez logró reunir las pruebas necesarias y fueron a buscarlo preso a la casa, el hombre intentó escapar por la puerta trasera, pero al subir a una escalera e intentar descolgarse, se lanzó hacia una excavadora que había y quedó con los intestinos atravesados por las pala. Los que lo perseguían había visto lo ocurrido desde arriba, pero lo extraño era que cuando había bordeado la manzana para ir tras el no habían encontrado el cuerpo, había sangre por todos lados y había seguido el rastro pero el hombre se había esfumado como si fuera aire. Juan Bobo decía que el alma en pena del diputado aparecía al amanecer.

Gabriel tenía casi cuatro años bajando con su mamá y pasando frente a la casa en cuestión y nunca se había encontrado con ningún alma en pena, pero ahora ante la idea de tener que bajar solo la cosa adquiría otro matiz. Las clases comenzarían nuevamente en enero después del día de reyes, era invierno y a las 5:30 de la mañana aún estaba muy oscuro.

Gabriel recordaba vivamente la historia del alma en pena, pero ahora, bajo el nuevo escenario sentía la imperiosa necesidad de conocer más detalles, así que la tarde antes del primer día de clases se acercó al estacionamiento a hablar con Juan Bobo.

  • Hola Juan Bobo, como está usted.
  • Muy bien Gabriel, en la luchita de todos los días.
  • Mire, yo hace días que estaba por preguntarle por una historia que usted me contó hace un tiempo sobre un alma en pena que anda vagando por estas calles.
  • Ah, si esa el alma del diputado.
  • Y eso, es en serio, es decir ¿Usted lo ha visto alguna vez?
  • Bueno, yo personalmente nunca me he topado con el pero hay gente que dice que lo ha visto.
  • ¿Y se le ven así los intestinos colgando?
  • Bueno muchacho, la gente que se ha encontrado con el diputado lo que hace es salir huyendo, así que el detalle de si tiene los intestinos colgando te lo voy a deber.

Al final la conversación con Juan Bobo no arrojó más detalles de los que ya conocía y el no tuvo valor para decirle a su mamá que tenía miedo de ir solo hasta la parada. Parecía que no le quedaba más remedio de hacerse de una vez por toda un hombrecito, aunque terminara teniendo que encontrarse con los intestinos del diputado.

Trató de acostarse lo mas tarde posible para estar bien cansado y poder dormir, pero su mamá a las 10:00 de la noche fue implacable, como todas las de su genero, no escucho ningún tipo de argumentos y lo mandó a la cama. La noche fue eterna, como una segunda noche de reyes, cuando intentaba conciliar el sueño, aparecía la imagen del diputado cargando sus intestinos  y le rogaba por piedad que no lo condenara, le prometía que no iba a robar nunca más, que ya había aprendido su lección y que lo dejara ir al cielo, el corría como cerdo cimarrón perseguido y no lograba quitárselo de arriba.

A las 5:00 sonó por fin el despertador, bajó sus pies pesadamente de la cama porque no había podido descansar. Al mirarse al espejo tenía unas enormes ojeras y la barba se había esmerado en crecer toda la noche, pensó que tal vez podía hacerse el enfermo, pero sabía que su mamá era ley, batuta y constitución cuando a clases se referían.

Resignado agarró su mochila y salió a la calle que parecía mas solitaria que nunca. La luna estaba clara en el cielo, ¿no pasaba eso en las películas del hombre lobo?. No se escuchaba ningún ruido. Caminaba a paso rápido y aunque la mañana estaba fría sentía que sudaba bajo el abrigo. Solo son tres cuadras pensó. Caminó por el medio de la calle, así no tendría ninguna sorpresa. Tratando de pensar en cosas agradable recordó que un amigo le había dicho que a esa hora los enanitos aún no habían salido a poner las líneas en la calle y sonrió al imaginar un ejercito de enanitos prestos a poner las líneas antes de que la gente se levantara.

Se detuvo en la última intercepción, justo antes de la casa abandonada,  miro a cada lado para cerciorarse de que podía cruzar, y cuando volvió la vista al frente, lo descubrió: ¿de dónde diablos había salido? Era un hombre muy viejo con una larga barba blanca, la ropa en harapos, el pantalón amarrado con usa soga y caminaba de lado despacio, forzadamente. Iba descalzo y con la mirada perdida hacia delante. Gabriel se paralizó, sintió primero que su corazón dejó de latir  y luego sintió como se agrandaba por encima de la piel e intentaba salirse de su pecho. Pensó en escapar por la calle lateral pero al mirar hacia la izquierda no podía creer lo que estaba viendo, descubrió un ejercito de enanitos que corría despavoridamente con las líneas de la calle en la mano. Cerró los ojos por un instante, quiso pensar que esto no le estaba ocurriendo a él, que estaba todavía dormido, pidió fuerza y valor para echar a correr, y al abrirlos la calle volvió a estar en un silencio sepulcral; los enanitos y el diputado habían desaparecido; entonces reaccionando y corrió como la onda que lleva el diablo, dobló en la esquina y no paró hasta llegar al destacamento. En el momento justo que llegaba a la parada vio el autobús aproximarse, no lo dejó ni detener. Se subió sin decir ni buenos días al conductor y se sentó en el ultimo asiento junto a uno de sus amigos.

  • ¿Y tu que tienes?
  • … yoooo, na…na…nada.
  • ¿Cómo que nada? tienes la cara más blanca que un muerto embalsamado. Parece como que hubieras visto al mismo demonio.
  • Es que amanecí medio descompuesto y la caminata parece que me ha empeorado, voy a sentarme tranquilo y a cerrar los ojos a ver si se me quita — atinó a responder para salir del momento.

Gabriel estuvo callado todo el día en el instituto, apenas puso atención a las clases y en el recreo se excusó diciendo que se sentía mal. En su cabeza solo daba vueltas un pensamiento oscuro, sombrío, nefasto cómo volvería a recorrer aquella calle y pasaría frente a esa casa maligna a la mañana siguiente.

Al igual que la noche anterior, durmió en medio de pesadillas de enanos con verrugas en la nariz y gorros verdes y amarillos que cortaban rectángulos blancos y mientras unos le ponían pegamento, los otros los iban colocando en el medio de la calle, entonces aparecía el diputado gritando que lo perdonaran que nunca mas volvería a robar y los enanos dejaban tiradas las tiras y el pegamento y salían despavoridos, o en otros casos rodeaban al diputado y lo molían a golpes hasta que le sacaban las tripas, el gritaba como un cerdo sacrificado y luego se levantaba y comenzaba a caminar hacia el pidiendo que lo perdonara.

A las 5:15 de la siguiente mañana Gabriel volvía a salir por la puerta del edificio atemorizado. Tenía la sensación de estar caminando en medio de un cementerio a media noche y que en cada esquina aparecería el diputado, o los enanos, pero al cruzar frente a la casa abandonada no ocurrió nada. Llegó a la ultima intercepción, dobló a la izquierda y cuando estaba llegando a la parada vio que por la puerta del destacamento salía «el diputado»,  era el mismo muerto que había visto el día anterior. No tuvo tiempo de tener ninguna reacción porque detrás de él salieron dos policías que se pusieron a conversar fuera del destacamento, como si no hubiera ocurrido nada. Entonces Gabriel tomó prestada la lanza y la armadura de Sancho Panza y se acercó a los policías.

  • Oficial, ese hombre, que salió del destacamento ¿Quién es?
  • ¿Ese? Es Francisco Batista, un loco.
  • ¿Un loco?
  • Si el tipo era Diputado y lo acusaron de que estaba lavando dinero y robando, cuando lo fueron a buscar a su casa se desapareció y nadie lo encontró por más de cinco años, luego de ese tiempo, lo encontraron en una casa deshabitada que había en los alrededores completamente tostado de la cabeza, se arrodillaba y le pedía perdón a todo el mundo y le prometía que no volvería a robar. Así ha andado desde entonces, cada mañana viene al destacamento se arrodilla y nos pide perdón. Luego se va cambiando por la calle y la verdad no sabemos donde se mete. Lo han tratado de llevar muchas veces al manicomio, pero no sabemos como se escapa.

En eso llegó el autobús, Gabriel le dio las gracias al oficial y se sentó en el ultimo asiento. Había resuelto el acertijo del diputado pero ¿y los enanitos? De todas formas que importaba, de algo estaba seguro no volvería a sentir miedo nunca más, ni de encontrar al Diputado, ni de ninguna otra alma en pena.

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