Todo comenzó en la Iglesia San Ignacio, me encontraba escuchando los nombres de las personas por quienes se estaba ofreciendo la misa, y me llamaron la atención cuatro nombres, al parecer italianos: María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini, no decía si cumplían año, mes o novenario, simplemente estaban entre el grupo por el cual se ofrecía la misa. Me llamaron la atención por sus apellidos tan particulares.
Otro día que tuve que ir a la Iglesia de San Pedro, volví a escuchar los mismos nombres: «María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini». Por la particularidad de los nombres me percaté de la coincidencia. Para mi sorpresa posteriormente descubrí que cada domingo, no importaba a que iglesia yo asistiera siempre escuchaba entre el listado de personas por las cuales se oficiaba la misa aquellos nombres «María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini».
Durante un año el asunto se volvió una obsesión, seguía escuchando los nombres, así que cada domingo decidí ir a una iglesia distinta de la ciudad y luego de los pueblos cercanos, posteriormente de los pueblos más alejados y siempre mencionaban aquellos nombres.
En una ocasión después que se leyó el listado completo y no escuché los nombres; pensaba que al fin encontraría una iglesia que no los mencionara, luego observé al sacerdote sacar un papelito adicional donde estaba anotados los nombres de ellos. Fue entonces cuando me propuse averiguar que había detrás de la historia de María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini.
Comencé por preguntar en la iglesia a la cual asistía asiduamente, pero nadie me supo dar cuentas de quien mandaba a oficiar las misas. Me contaron que cada 01 de enero llegaba un sobre con dinero suficiente para pagar las misas de todo el año a nombre de María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini. Cuando pregunté por curiosidad cuanto era el monto, la secretaria de la iglesia me miró con cara de sospecha y me sacó de la oficina indicando que esos no eran asuntos en los que debía de meterme. Eso, por supuesto, avivó más mi curiosidad.
Seguí mi proceso de investigación por algunas otras iglesias en las que tenía conocidos o relaciones y la historia era la misma: cada año, llegaba un sobre con un monto de dinero, el cual nadie se atrevió a confesar, indicando que debían oficiar durante todo el año, en todas las misas del día para María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini. Lo más interesante, fue descubrir que esto ocurría hacia ya muchos años , en algunas iglesias contaban hasta 10 años atrás que recibían el misterioso sobre. Yo seguía llena de curiosidad, pero no daba con nadie que pudiera informar más allá de lo que ya sabia.
Estaba a punto de tirar la toalla, y ese día me encontraba como siempre intentado indagar en la parroquia sobre el tema, cuando entré a entregar el cepillo de la limosna. En esa ocasión, igual que otras tantas, no encontré más que respuestas negativa, pero las cosas estaban a punto de dar un giro.
Al final de la misa Gerónimo me estaba esperando en la puerta. Se acercó a mi y me dijo que había escuchado que preguntaba por los italianos y me dijo que tal vez él podía ayudarme. Al principio lo miré con recelo, sus ropas no estaban sucias ni rotas pero si muy desgastadas y llevaba la barba de varios días, pero sus ojos ancianos parecían llenos de una gran bondad y recordaba haberlo visto en muchas ocasiones en la iglesia eso me llevó a confiar en él. Decidí invitarlo a desayunar mientras hablábamos.
En la mesa yo observaba a Gerónimo mientras daba cuenta de unos huevos revueltos con tocineta y pan. Le costaba mucho llevarse el alimento a la boca, porque tenia las manos atrofiada y no podía prácticamente abrir sus dedos. Entonces comenzó a contarme la historia:
Era méndigo en la puerta de la iglesia de San Tomás desde hacía 50 años. Había tenido un accidente que le impedía abrir sus manos, y fue cuando había comenzado a pedir en la iglesia. Al principio solo se paraba en las escaleras de la iglesia, pero luego descubrió que la gente era más dadivosa cuando lo veía entrar a la misa y no solo sentarse en la escaleras y fue entonces cuando comenzó a escuchar todas las misas del día.
Un par de años después ocurrió aquel aparatoso accidente en la carretera. Eran dos matrimonios: María y Ana Patronelli que eran hermanas y estaban casadas con Antonio y Giusepe Bertolini que también eran hermanos. Se oficiaron las misas de lugar durante 9 días.
El siempre andaba rondando por la iglesia, haciendo pequeños mandados para ganarse la vida, en esa época sus manos no estaban tan entumecidas como ahora y de alguna forma se las ingeniaba para tomar una escoba, se encontraba barriendo cerca del confeccionario cuando vio al padre acercarse con una mujer elegante vestida completamente de negro. Había comenzado a escuchar la historia por accidente pero ya no pudo moverse del lugar.
Después que la mujer le indicó al padre que todo lo que diría allí era bajo confección le contó que era la madre de los dos hermanos que habían muerto en el accidente. Los hermanos habían dedicado toda su vida a vender drogas y lavar dinero y el accidente había sido simplemente un ajuste de cuentas. Había decidido confesarle al sacerdote todas las atrocidades que había cometido sus hijos porque necesitaba que el padre los perdonara.
La mujer le contó que ella había tenido una pesadilla en la cual sus hijos se veían prendidos en fuego y ella trataba de rescatarlos pero no podía. Había ido donde una mujer que tenía el don de los sueños y la mujer le había dicho que sus hijos estaban en un limbo entre el cielo y el infierno por todo el mal que habían hecho en la tierra, y que con ese sueño, ella había sido elegida para intervenir a favor de ellos. El padre trató de explicarle a la mujer que eso era una estupidez, él no podía perdonar a sus hijos ya muertos, y la mujer echa una fiera le decía que el estaba obligado a darles el perdón, por último la vio salir violentamente del confesionario y de la iglesia.
El resto de la historia la supo por la secretaria de la parroquia poco a poco se fue enterando de los pormenores del incidente.
Días después de su confección doña María volvió a la oficina parroquial, seguía muy alterada exigiéndole al padre que tenía que absolver a sus hijos de los pecados, porque ellos andaban vagando el limbo y que ella no podía permitir esa situación. Era una mujer que estaba acostumbrada a mandar y no aceptaba una negativa de parte de nadie y menos de un pobre sacerdote.
A partir de ese día el sacerdote no volvió a tener vida. La mujer le llamaba varias veces al día. Cada vez que el padre recibía una de esas llamadas se ponía nervioso y muy triste, el había sido una persona siempre alegre hasta antes de aquel incidente. Finalmente lo amenazó, le dijo que mientras sus hijos estuvieran en el limbo el también viviría en un infierno aquí en la tierra.
Un mes después el padre tenia los nervios destrozados. Cada vez que escuchaba un timbre del teléfono brincaba nervioso, por todo se enojaba estaba irritado y no podía dormir.
Un día volvió a aparecer aquella mujer por la oficina insistiendo de nuevo, discutieron acaloradamente, el padre que se encontraba muy nervioso y en medio de su desesperación le gritó a la mujer que la única forma de que sus hijos fueran perdonados era que ella oficiara una misa diaria durante 100 años en todas las iglesias del país.
Con los años había creído que fue una estupidez que se le ocurrió en ese momento, para indicar que no había ninguna forma de que sus hijos encontraran perdón después de todo lo malo que habían hecho. Pero de repente, la mujer se tranquilizó, y rompió a reír a carcajadas y le decía: «¿esa es la penitencia? ¿Eso es lo que quiere que haga para que perdone a mis hijos? Pues así se hará» y entonces salió de la oficina. En ese momento el padre no entendió porque ella se había marchado tan tranquila, pero sintió de momento un gran alivio al verse librado de ella.
Al siguiente día el padre lo comprendió todo. Doña María llegó con un cheque por un monto mayor de lo que la iglesia podría conseguir con la colecta de todo un mes y solicitó que oficiaran todas las misas del mes completo a nombre de María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini. El sacerdote no podía negarse a oficiar una misa, así que simplemente anotó los nombres en cada día, en cada misa y durante un mes se olvidó de ella.
Al terminar el mes volvió a aparecer la señora con las mismas instrucciones y el mismo cheque. Cuando el padre la veía llegar se podía muy nervioso. Al principio pensó que pronto se cansaría, pero cuando vio que habían pasado 4 meses y ella seguía viniendo, entonces se asustó. Llamó a varios sacerdotes amigos de otras iglesia y preguntó si una mujer estaba solicitando oficiar misas por María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini, la respuesta fue afirmativa en todos los casos, entonces fue cuando el padre se dio cuenta de lo que había hecho. Aquella mujer creía que haber comprado el cielo para sus hijos y él se sentía miserable por haber sido el ideólogo de aquella locura.
El sacerdote trató de volver a hablar con ella. Le solicitó una cita pero ella nunca lo quiso recibir ni le tomó el teléfono. Al cabo de unas semanas de ese incidente, encontraron al sacerdote colgado de una sabana en su habitación.
Pasado un año, una oficina de abogados comenzó a pagar las misas anualmente. Enviaba una carta haciendo una donación a las iglesias y indicando que a cambio se pidiera por el alma de María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini, en cada misa. Aunque a muchos sacerdotes les parecía extraño, pronto todos se acostumbraron a las donaciones que caían muy bien para las necesidades de las parroquias. Dejaron de preguntar y desde aquella época cada día es habitual escuchar en las misas los nombres de María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe Bertolini.
Geronimo hizo silencio, se encontraba disfrutando de su café y yo lo miraba dudando de la historia que acababa de contarme. Le di las gracias y tomé rumbo lejos de la cafetería. Geronimo me había dicho que eso había ocurrido hacia aproximadamente 50 años y yo solo pude imaginar el alma de María y Ana Patronelli y Antonio y Giusepe vagando en el limbo durante 50 años mas.
Jejeje.. buenísimo de verdad. Me encantó sobre todo el comentario final. Sigue dándole 🙂