Promesa a la Virgen de Lourdes


Hace un par de semanas, escribí en el Blog de Letrarteria un escrito denominado «La promesa de la Virgen de Lourdes», en realidad me gustó la historia, y esa semana por casualidad en mi curso de Creatividad, me dejaron una tarea que se prestaba para la historia, así que decidi ampliarla y esto fue lo que me salió. Creo que ahora quedó mucho mejor. A mi particularmente me gustó. 

A mis 16 años fui enviado a los Estados Unidos a estudiar, era un adolescente que nunca había salido de casa, ni siquiera dominaba perfectamente el ingles, pero mi padre era fiel creyente de que estar sólo me haría más hombre, así que terminé madurando como lo hacen los mangos verdes en mi pueblo, a base de carburo.

Ni siquiera me fui a Miami, me enviaron a Chicago, donde la probabilidad de encontrar personas que hablaran español era prácticamente nula. Así, de golpe y porrazos me encontré un día solo en la Universidad de Notre Dame.

La impresionante  cúpula dorada de oro y la estatua de la virgen María en lo alto del edificio principal, proclamaba el campus de Notre Dame como un lugar donde la Fe es la mas preciada de las tradiciones. La cúpula se divisa desde las carreteras que conducen a las inmediaciones de Chicago e Indianápolis, desde casi cualquier punto en el campus, y desde muchos de los barrios de South Bend. Tal vez por eso mis padres eligieron aquella universidad, creían asegurar que me mantendría cerca de Dios y protegido por las costumbres que ellos me habían inculcado.

Así comenzó mi vida allí tratando de aprender un nuevo idioma, adaptarme a otra cultura, hacer amigos nuevamente y acostumbrarme a vivir lejos de mi madre, que hasta ese momento me había mantenido protegido hasta el extremo. Mi madre era una mujer muy devota, así que cuando partí hacía aquella aventura, me había metido en la maleta un frasco de agua bendita que mantenía sobre mi escritorio con la esperanza de que en verdad sirviera de protección.

Llegué a los Estados Unidos en el año 65. Era la época de los Hippies, en la cual los chicos andaba en medio de una anarquía no violenta, el uso de drogas  alucinógenas como el LSD y ropas psicodélicas, era algo visto como normal. Este movimiento impactó todo el arte y la música de aquella época, y era muy difícil mantenerse alejado de todo ese mundo. Por más lecciones de moral y cívica que hubiera aprendido en mi tierra tercermundista a los pocos meses de llegar, me vi muy influenciado por ese mundo.

Poco a poco me olvidé del frasco de agua bendita, de ir a la iglesia los domingos y de cómo se rezaba. Mi fuerza y mi sustento comencé a encontrarlos en mis compañeros, en el sexo y en las drogas. La música de Pink Floyd eran mi credo y estaba casi convencido de que de verdad la educación no servía para mucho.

Ya tenía ocho meses en los Estados Unidos, llevaba las clases a duras penas y mi vida era un completo desorden. La habitación parecía un gallinero, los libros estaban llenos de estampas de los cantantes de la época, andaba con chancletas todo el día y la ropa la llevaba a la lavandería cuando ya no quedaba nada que ponerme.  Recibía correspondencia de mi casa y aunque leía las cartas nunca contestaba.

Un día al llegar a la habitación, encontré sobre el escritorio un sobre con una letra inconfundible, era una carta de mi madre. Di vueltas un rato con el sobre en la mano, tenía la impresión de que solo el hecho de abrirla provocaría que ella descubriera la vida desordenada que tenía y lo lejos que estaba, de todo lo que ella con tanto amor me había enseñado, pero finalmente me decidí a leerla.

Ante mi silencio,  y a propósito de el término del semestre en el mes de febrero, mi madre había decidido que iría a visitarme. Anunciaba que llegaría en dos semanas, que le procurara algún alojamiento que no fuera muy caro. Tenía planes de pasar aproximadamente un mes conmigo.

Yo apenas podía pensar con coherencia todo lo que debía hacer, desde ordenar ese desorden interminable que tenía en la habitación, lavar la ropa, revisar mis horarios de clases, tratar de asistir por si nos encontrábamos con algún profesor y a ella se le ocurría preguntar, suspender las drogas ¿Sería posible desintoxicarse en tan poco tiempo? Y así comencé un proceso de enderezar mi vida en dos semanas. Estaba convencido de que era una tarea titánica, pero no quería que mi madre se decepcionara de mi y me encontrara en medio de aquella senda escabrosa.

Finalmente llegó el día de la llegada de mi madre. Me embargaba un sentimiento mezclado de miedo y emoción, que me tenía de carreras para el baño cada media hora, sin poder controlarlo. La enajenación que había vivido en los últimos meses había desaparecido de repente al recibir la carta de mi madre, pero tenía miedo de que ella, de sólo verme, descubriera toda la inmundicia que había dentro de mi.

La vi atravesar la salida de aduana. Mis ojos se llenaron de lagrimas al ver aquella mujer grande, gorda, cuyo pelo comenzaba a verse plateado, imponente, mandona, ante la cual lo único que uno podía hacer era doblegarse, como a un perro al que lo encuentran haciendo travesuras y lo reprenden. Cuando se acercó me golpeo en la cabeza con su cartera y me haló las orejas como cuando era un chiquillo. Sentí los colores subir por mi rosto y a mis orejas lleno de vergüenza con los  que estaban en los alrededores y nos miraban intentando no reír. No pude hacer nada porque sabía en el fondo que me merecía eso y más.

Después de los reproches, las reprimendas, el llanto de ella, los lamentos y quejas por mi falta de comunicación, por ser tan desagradecido, ingrato, egoísta y  olvidadizo, me llenó de besos, abrazos y mimos y se olvido de repente de mis ocho meses de faltas.

Había conseguido un apartamentico de dos habitaciones que alquilé por un mes y me mudé con ella durante ese tiempo. Quería en verdad mantenerla lo mas alejada posible de la universidad. La realidad fue que durante los día que mi madre estuvo de visita fui feliz. Volví a sentirme consentido y querido, ella me preparaba todos los platos que había estado anhelando por meses, en los que solo probaba comida chatarra o a veces ni comía. Ella me decía que estaba demasiado delgado y tenía razón, desde mi llegada había bajado como 20 libras. Así que se dedicó a hacerme recuperar peso durante ese tiempo.

Como estaba en receso de la universidad pasamos ese tiempo conociendo Chicago, recorriendo museos y visitando iglesias que era su pasatiempo preferido. Yo sabía que ella era devota de la virgen de Lourdes, así que para ganarme su favor y que no le quedara duda de que seguía apegado a las tradiciones, le conté que en la universidad había una replica de la Virgen, por supuesto ella quiso ir a hacer la visita. Al llegar la dejé arrodillada frente a la imagen haciendo sus oraciones correspondientes mientras yo me dedicaba a recorrer el lugar.

Esas semanas se pasaron más rápido de lo que hubiera deseado. Estar con mi madre había sido maravilloso pero finalmente había llegado el día en que ella debía regresar a nuestra tierra. Esa última noche se deshizo en consejos para mí, recordándome todo lo que ella y mi padre me habían enseñado. Me decía que no debía dejarme llevar por toda esa cultura anárquica que reinaba en aquel país y sobre todo me aseguraba que confiaba plenamente en mi, sabía que estudiaría y sería un hombre de bien.

Al otro día  íbamos en el vehículo de camino al aeropuerto cuando mi madre pego un grito exclamando que había olvidado algo. Cuando le pregunté de que se trataba me dijo, que ese día de su regreso, 11 de febrero, era el día de la virgen de Lourdes y que ella pensaba pedirme que pasáramos por la universidad para rezar unos avemaría antes de partir para el aeropuerto, con las prisas lo había olvidado, quería dejarle encendida una vela.

Yo le contesté que no se preocupara. A mi regreso yo pasaría por la universidad y le encendería las velas a la virgen. “¿No se te olvida?” Me preguntó desconfiada, “no se preocupe mamá, mire, no una sino tres velas le voy a prender” le contesté. “Bueno”, me respondió, “le prendes las candelas y cuando me baje del avión compraré la loto, y le pediré a la virgen que me ayude a sacármela, entonces, si tu le prendiste las velas y me saco la loto, te mandaré la mitad del dinero”. Por supuesto después de despedirme de mi madre y haber pasado un mes sin poder estar de mi cuenta, en cuando salí del aeropuerto olvidé por completo mi promesa.

La visita de mi madre había provocado un cambio dentro de mi. Los primeros días después de su partida traté de volver a mi vida desordenada, a las drogas y al sexo, pero cada vez que recordaba a mi madre, lo tranquila que ella había partido con la seguridad de que confiaba plenamente en su hijo, me sentía miserable. Poco a poco fui dejando de lado todas esas cosas y me dediqué a estudiar.

Solo volví a recordar las famosas candelas a la virgen un par de meses después. Llegué a la habitación y volví a encontrar las hermosas letras de mi madre en un sobre, esta vez me apresuré a abrirlo y me encontré con su carta, me daba las gracias por no haber olvidado ponerle las candelas a la virgen y me mandaba el cheque tal y como habíamos convenido, porque se había sacado la loto.

Miré incrédulo el cheque en mis manos, y salí corriendo a la iglesia donde estaba la Virgen de Lourdes a ponerle las candelas.

Terminé mis estudios. Me gradué de químico-biólogo y volví a mi tierra. Me casé y tuve un hijo y cuando mi madre estuvo vieja le construí una casita detrás de la mía y me la llevé a vivir conmigo. Cuando estaba enferma en su lecho, pero aún consciente, quise confesarle que nunca había puesto las candelas prometidas a la virgen de Lourdes, ella no me creyó, me dijo que era un mentiroso, ella sabía que yo le había puesto las candelas porque ella se había sacado la loto.

Después que ella murió, estaba recorriendo la casa, había decidido dejarla intacta como cuando ella estaba viva, para siempre recordarla. En una gaveta de su escritorio me encontré un frasco de agua bendita, estaba escrito a mano con un tinta: “para mi hijo, que la virgen te acompañe. 1965” Pensé que la Fe es creer en aquello que no podemos ver y definitivamente la Fe mueve montañas.

2 comentarios en “Promesa a la Virgen de Lourdes

  1. Se me erizó la piel al leer este testimonio ya que estoy en una situación complicada con uno de mis hijos y quiero hacerle una promesa a mi virgen amada y ahora se que lo único que necesito es mucha fé gracias.

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