El misterio de San Lucas


Me tire de cama a las 5 de la mañana sin haber pegado un ojo en toda la noche. Don Berna, el papá de Melisa, estaba durmiendo en la habitación contigua. El hombre roncaba y por más que intenté conciliar el sueño sus ronquidos de oso no me dejaron dormir. Iban en crescendo y el ruido era en verdad insoportable, nunca antes había escuchado a nadie roncar de esa forma.

Allí estaba en pie de guerra,  ni siquiera el sueño que tenía, me impediría hacer el viaje que desde hacía meses estaba planificando al cementerio de San Lucas para la celebración del día de los muertos. En medio del frío que comenzaba a aventurarse a principios de noviembre, Melisa, sus hermanas y yo nos subimos a la cama de la camioneta y partimos.

Ahora sin ruidos tal vez podría dormir porque los gruñidos, espabilados con la mañana, se encontraban aislados  y silenciosos en la cabina delantera del vehículo. El susurro de la brisa me fue adormeciendo así que me acurruque y quedé profundamente dormida.  El trayecto se hizo corto y no volví a abrir los ojos hasta que el auto se detuvo en nuestro destino.

Había estado pocas veces en un cementerio, pero lo recordaba como un lugar tranquilo y solemne. Aquel lugar, sin embargo,  parecía una fiesta y se veía el ir y venir de la gente es sus preparaciones para la celebración. Unos traían los tarros de polvo de cal y se dedicaban a preparar la mezcla que esparcían sobre las tumbas. Se veían por todos lados las vendedoras haciendo su oferta con flores de todos los colores. Mientras que otros se dedicaban a preparar sus barriletes.

Me acerqué a una de las vendedoras a comprar unas flores,  la chica experta me explicó que los colores de las flores tienen su significado, el blanco: paz, calma, armonía; Violeta: dignidad; Rosa: ausencia de todo mal. Nunca flores rojas, porque expresan alegría.  Me decidí por las blancas, pensé que eran las más adecuadas para la ocasión. Acompañé a Melisa y a sus padres a la tumba de la familia y deposité allí las flores.

Cumplidos los compromisos sociales, me dediqué a hacer lo que me había llevado ir ese día hasta San Lucas. Debía comprar la chichigua o el barrilete, la cometa, papalote, volantín. En ese momento me pregunté ¿cómo un objeto puede tener tantos nombres en un mismo idioma? No importaba mucho como se llamaba, la tradición decía que se debía elevar un mensajes hasta las nubes con el barrilete para traer paz a nuestro corazón. Al parecer, mientras más grande era el barrilete el mensaje sería mejor comprendido por el Todopoderoso. Aunque todos se afanaban con sus barriletes gigantes yo me conformé con uno pequeño. Mi deseo era sencillo y claro, y pensaba que con ese sería suficiente.

Saqué el papel que había escrito desde hacía días, lo leí nuevamente para estar segura del mensaje: “Elevo al viento mis penas, y mi soledad, entrego al alma de los difuntos que hoy vagan por el cementerio mis pesares, que ellos se encarguen de llevarlo a otras tierras lejos de donde estoy” Con un alfiler enganché el mensaje en mi barrilete y empecé el proceso de izarlo al viento.

La brisa estaba a mi favor, después de varios intentos logré despegarlo del suelo. Corrí para conseguir que se elevara y se iba izando hasta que ví que se iba feliz allende los vientos. Fuí soltando poco a poco el hilo a medida que me lo iba pidiendo el viento, lo ví subir y volar y cuando solo era un punto indistinguible en medio del cielo, cerré los ojos y lo solté, al abrirlos nuevamente ví entonces como se alejaba.

De repente una brisa que casi me tumba vino, todos se apresuraron a agarrar cualquier cosa que pudiera volarse. Una señora hasta sujetó a un chiquillo, pero yo seguí simplemente mirando hacia el cielo y ví mis pesares alejarse hasta que ya no conseguí ver más mi barrilete. Bajé la cabeza, miré a mi alrededor y ya no escuché nada, el ruido de la gente de repente había desaparecido, una paz inundó todo mi ser y entonces comprendí que el misterio del San Lucas se había hecho en mi, a partir de ese día la alegria volvió de  nuevo a mi corazón.

Dedicada a mi familia Guatemalteca que hicieron mi vida hermosa durante esos años, a mis hermanas Agripina, Norma y Maribel y a sus padres Don Berna y Doña Victoria estos últimos que Dios los tenga en la gloria.

6 comentarios en “El misterio de San Lucas

  1. ¡Que historia más hermosa! Cuando regresabas de Guatemala siempre nos contabas de tus vivencias. No recuerdo que me hubieras contado esa. O tal vez si, y como ya estoy medio senil no lo recuerde.
    ¡Ojalá que todos, cuando tuviéramos algún pesar, tuviéramos la posibilidad de colocarlo en una chichigua y dejar que el viento se lo lleve!
    Gracias por darme, aunque tardíamente, la oportunidad de compartir esa vivencia.

    1. Papa… aqui se han mezclado la realidad y la fantasía, el recuerdo y los deseos de dejar que alguien o algo se pueda llevar la pena que de repente pasa por el corazón. Luego te contaré la parte de la historia que es real. Me alegro que te haya gustado.!!!

  2. Hola mi querida Carolina, que historia tan linda la de dejar volar las penas al viento como lo plasma la letra de una canción. Los ronquidos me parecen tan familiares ya que fueron el susurro de muchas noches de mi vida y que ahora son parte del recuerdo de la presencia de un ser tan querido, tan especial y ahora tan ausente físicamente pero tan vivo en mi corazón.
    Gracias por hacerme volver los dias atrás y recordar muchisimas juntas que tuvimos la dicha de vivir juntas. Recibe mi cariño, de Maynor, Martín y Andres desde nuestra querida Guatemala. Un abrazo y muchas bendiciones para ti y los tuyos. Tu hermana guatemalteca Maribel.

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