Despertar!!!


Se levantó temprano como cada mañana para hacer su caminata de rutina: tres vueltas al parque: cuarenta y cinco minutos de ejercicios equivalentes a unas doscientas cincuenta calorías.

Mientras caminaba repasaba los pendientes del día. Tenía que pasar a renovar el contrato del apartamento, lo hacía cada tres meses. Hoy le tocaría nuevamente esa discusión con la casera que insistía en que renovara por un año y tendría que volver a escuchar sus amenazas de cancelarle el contrato.

De regreso a la casa: un desayuno de cereal integral con pasas y media taza de leche totalmente descremada. Luego un baño. Abrió el closet y seleccionó entre las pocas piezas que tenía colgadas el pantalón azul que tanto le gustaba. Se miró al espejo y comprobó que le quedaba perfecto.

Tomó sus cosas y salió a la calle. Llevaba sus zapatos mas cómodos porque hoy le tocaba irse a pie a lo oficina. Aprovechaba algunos días para hacer algo más de ejercicio y disfrutaba viendo las vitrinas. Siempre venían a su mente los mismos pensamientos: tal vez esos fueran sus últimos días recorriendo esas calles.

Se detuvo frente al gimnasio y leyó el tablón de anuncios. De nuevo estaban anunciando esa clase de salsa. ¿Y si finalmente se decidía y se inscribía? Comenzaba la próxima semana y solo eran dos noches durante cuatro semanas, sacó la cuenta. En realidad mejor no se inscribía, no quería luego perder el dinero de la inversión.

Llegó a la tienda donde trabajaba desde hacía dos años. Era una tienda de libros antiguos y le gustaba su trabajo porque en realidad no iba mucha gente, eso le permitía dedicar tiempo a leer, y allí podía encontrar mucho en que entretenerse. El tiempo en el que no estaba atendiendo clientes lo dedicaba a bucear entre los libros y cuando alguien llegaba solicitando algún libro extraño ella generalmente lo podía ubicar muy rápidamente. Esa era la razón por la cual una semana atrás su jefe le había ofrecido el puesto de supervisora, el cual  había rechazado. La tomó de sorpresa y tuvo que improvisar que estaba en espera de la aceptación en la universidad y que no quería comprometerse con algo que luego no pudiera asumir. Aunque no era totalmente falso, no estaba segura de que se  hubiera tragado la historia.  ¿Cómo le explicas a alguien que no quieres un puesto en el que vas a ganar tres veces tu salario? La verdad es que se vio tentada a aceptarlo. Si no hubiera recibido ese correo unos días antes tal vez lo hubiera hecho.

Se sentó en su escritorio y comenzó a revisar sus pendientes cuando se percató del sobre que estaba entre los papeles de trabajo. Lo tomó entre sus dedos y al ver el remitente sus manos temblaron. ¿Cómo podía ser que recibiera esa carta? Después de esperar por tanto tiempo ahora precisamente llegaba. Se apresuró a romper el sobre y tal como presentía era la aceptación en la universidad  y además  le comunicaban que le habían otorgado una beca. Releyó varias veces la carta sin dar crédito a lo que leía.

Pasó todo el día nerviosa. Trató de controlarse y hacer las cosas bien, pero su mente parecía un pájaro carpintero que no dejaba de martillar. Agradeció cuando dieron las 4 de la tarde y pudo recoger sus cosas. Decidió posponer la conversación con la casera y tomar el camino de regreso a su casa.

No se sentía con deseos de caminar, así que tomó el autobús que iba como lechero  y parecía moverse mas lento que de costumbre lo que provocó que de nuevo volviera a pensar: si al menos pudiera llamarlo, hablar con él conseguir que le confirmara algo. Como una autómata, haló el timbre  y bajó en la parada. Estaba a unos pocos metros de su casa, recogió la correspondencia y se dirigió hacía su apartamento.

Al abrir la puerta comenzó a observar detenidamente el espacio en el que vivía desde hacía dos años, los muebles con sus plásticos para que no se ensuciaran ni maltrataran. A la derecha de la sala cinco cajas de libros y al lado los libreros vacíos, nunca se había decidido a ordenarlos para no tener que volver a guardarlos. Los cuadros todos apilados en otra esquina de la habitación. En la cocina, todos sus trastes estaban en cajas plásticas y en los estantes solo guardaba los de uso diario: un plato, una taza, un juego de cubiertos, un sartén, lo básico. Luego fue a la habitación: su escritorio estaba vacío, todas sus cosas estaban en las cajas, solo mantenía: su computadora, un lapicero rojo, azul y negro y un lápiz de mina, y a un lado las maletas llenas de su ropa.

Sintió una tristeza profunda y a su cabeza volvieron esos pensamientos que le atormentaban. Si al menos pudiera hablarle, pero solo recibía esos correos esporádicos, llenos de promesas y de apasionadas notas. Parecían como si estuvieran programados y conectados con sus pensamientos, porque llegaban justo cuando decidía que había llegado el momento de desistir, olvidar y seguir adelante y continuar su vida sin pensar mas en él.

Entonces ella le contestaba. Le regañaba por desaparecer todos esos meses. Le pedía que le diera un teléfono donde llamarle, pero nunca respondía. Pasaban las semanas y entonces ella se desesperada y volvía a escribirle. Le decía que ella sabía que él tenía su vida, que había un abismo que los separaba porque habían nacido en momentos distintos. Le decía que todo había terminado y le pedía que no le volviera a escribir nunca más.

En las semanas siguientes al correo pasaba los días con la esperanza de encontrar una respuesta de aceptación a sus peticiones, esperaba que le dijera que ya no le escribiría mas y que la dejaría en paz. Entraba a revisar su correo cientos de veces durante el día y la angustia le desgarraba el corazón. Le daba por comer chocolates todo el día y se descontrolaba. Y volvía el silencio, hasta que meses después llegaba otro correo.

Lo había conocido hacía dos años cuando entró a la librería a buscar un libro. Justamente ella lo había estado leyendo hacía unos días y cuando el dijo el nombre ella fue derecho al estante donde estaba. Mientras lo atendía le preguntó sobre su interés por el libro y en un instante entablaron una conversación como si fueran grandes amigos. Era un hombre de unos 50 años, pelo cano, pero muy bien parecido. Pagó y se despidió y cuando llegó a la puerta se devolvió y le preguntó si podía invitarla a tomar un café al final de la tarde. No lo pensó ni un segundo sin saber todo tendría que pasar a partir de ese momento.

Sus pensamientos regresaron a su casa. Gracias a Dios que era viernes, mañana no tenía que ir a trabajar y podía quedarse dormida hasta tarde. Miró su computadora, se vió tentada a revisar el correo nuevamente, pero se resistió. De repente se acordó de su piyama de rositas que tanto le gustaba. Tiró las maletas al suelo, y comenzó a hurgar en ellas hasta que la encontró, se la puso y se acostó.

Se encontró pensando que su cuarto se vería muy lindo si estuviera pintado de amarillo sol. Los cuadros de paisajes que tenía en la sala combinaban muy bien con un naranja brillante. Tendría que buscar alguien con quien inscribirse en esa clase de salsa. El sueño le llegó pensando que su jefe ya no seguiría creyendo que estaba loca.

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