Las canas simbolo de libertad


Ayer caí en cuenta que cada parte de uno tiene su historia, mi pelo tiene una historia individual como si fuera algo independientemente de mi vida.  

En mi país hace un tiempo el pelo se catalogaba como bueno o malo, dependiendo si era rizo o no. Eso ha cambiado con el tiempo pero para la época que nací era una realidad.

Al parecer nací con el pelo «bueno» pero se me cayó, cuando comenzó a salir nuevamente mi mamá descubrió horrorizada que venía una mata de pelo «malo». En realidad esto era perfectamente comprensible por que al parecer era una herencia de mi bisabuela paterna, quien, según cuenta mi madre, siempre tenía un pañuelo en la cabeza para que nadie le viera el pelo, al parecer era tan «malo» que los pequeños pelitos que le salían del pañuelo se los arrancaba.

Como comenté al principio, esto del pelo bueno y malo en estos tiempos ya ha cambiado, ahora las chicas andan con sus rizos orgullosas y las que lo tienen liso se lo quieren rizar, pero en mis tiempos tener el pelo rizo era lo peor que podía ocurrirle a uno. Cuando cumplí 10 o 11 años me llevaron donde Osiris, la peluquera del barrio y le pidieron que me desrizara el pelo, aquello era una tortura. Cogían cada mecha del pelo y le pasaban una pasta de solución de soda y eso mataba los rizos, si la pasta te tocaba el cráneo picaba como el demonio a veces hasta se formaban costras de las llagas, la señora, bastante experta debo reconocer, iba sacando el producto con agua, a medida que alisaba las mechas superiores para que no se quemaran las de abajo, ya pueden imaginar lo peligroso que era aquello. Luego te lavaban la cabeza y venía el proceso de hacer rolos, con lo largo que yo tenía el pelo, casi hasta media espalda, tardaba dos horas en secarse. Me colocaban unas orejeras para que no se me achicharran las orejas y una redecilla para que no se cayeran los rolos. Debo reconocer que el resultado era espectacular. En aquella época me encantaba mi pelo liso, aunque cualquier aguacero deshacía en segundos lo que había tomado cuatro horas en el salón. Sin embargo debo reconocer que, quedé tan traumada de la secadora, que hasta la fecha nadie me hace meterme en un secador de pelo.

Hubo un tiempo en que me lavaban la cabeza en casa en la tina donde lavaban ropa. Me tenía que poner con la cabeza boca abajo, el pelo al ser tan rizado se enredaba y era un verdadero suplicio. Luego con el pelo mojado debía caminar hasta la casa de mi tía con una bolsa llena de rolos y pinchos, una prima de mi mamá que se llamaba C. me hacía los rolos y me secaba con la secadora de mi tía. Lo más traumático de todo este proceso es que una vez estaba seco el pelo, no me quitaban los rolos, debía volver con ellos puestos y recorrer toda la calle hasta mi casa, y allí entonces me soltaban los rolos y me peinaban. 

Estuve desrizando mi pelo hasta que entre a la universidad y decidi que se terminaba la tortura, estaba en mis dias de comunista de la UASD y me dejaba el pelo natural, en aquella época eso significaba ser una rebelde literalmente, me llenaba el borde superior de la cabeza de trencillas para que no se empajonaran tanto, pero para ese momento andar con el pelo rizo ya no me importaba. El día de mi graduación mi papá me rogó que me peinara, pero entendía que debía ser coherente con mis  5 años de rebeldía y subí a buscar mi título con mi pajón.

Cuando me fui a vivir a Guate el clima hizo que mi pelo cambiara, allá era una «colocha», es decir una chica con rizos, y todo el mundo adoraba mi pelo. Me lavaba la cabeza y me lo dejaba secar al aire, pero como el clima no era húmedo no se erizaba y fui feliz por dos años. Cuando regresé el pelo volvió a cambiar y comencé a «peinarme» es decir a secarme el pelo con secadora de mano. Ya era una profesional y en esa época llevar el pelo rizo no era muy bien visto, cuando no me secaba y llegaba al trabajo con el pelo rizado, me decían: ¿Que.. estuviste en la playa y no te dio tiempo a ir al salon? También después que me casé, el pelo fue un tema, mi compañero que «adoraba» mis rizos cuando éramos novios, ya no le parecía tan bien, cuando íbamos a alguna actividad tenía que irme a arreglar el pelo.

En los últimos tiempos me decidí a teñirme, intentado salvar lo inevitable, y esa fue la siguiente etapa, comenzaron a salir canas y entonces cada 15 días debía teñirme y se convirtió en una esclavitud. Hasta que hace unos años me mire al espejo y me dije: C. llegó el momento de enfrentar la realidad de tu vida y de tu edad, senté a mis hijos y le dije: «chicos, me voy a dejar las canas»… «pero te vas a ver vieja»… «no, me voy a ver de la edad que soy» y así empezó,  en un proceso que duró aproximadamente 2 años logré que salieran las canas y ahora me da satisfacción cuando la gente me para en la calle y me dice: que pelo más hermoso que tiene, me gustaría dejarlo así, pero no me atrevo. En verdad puedo comprenderlas, hay que tener algo de valor para romper los esquemas.

Cada parte de uno aporta algo a nuestra personalidad, creo que mi pelo ha desempeñado un papel diferente a lo largo de mi vida, expresando algún aspecto de mi personalidad y cómo fue cambiando con el tiempo. Desde una niña tímida y sumisa, pasando por una rebelde sin causa, luego, siendo lo que los demás esperaban de mí hasta finalmente alcanzar la libertad y hacer lo que me da la gana… tener mis canas y mis rizos sueltos como quiero.

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