A veces se me olvida que uno está hecho de otra pasta. Los que tenemos mi edad, pasados los 60 nacimos, crecimos y nos criamos con otros valores, con otra forma de pensar con respecto a la vida. Al menos mis padres me enseñaron aquello de la entrega incondicional y a ayudar a los demás y mi papá tenía la teoría de que en el trabajo «había que hacerse útil” uno valoraba cuando otra persona hacía algo por ti y se sentía agradecida hasta el final de los tiempos.
¿Que pasó en el camino para que la gente cambiara tanto? Siempre me siento un poco responsable porque son los chicos hijos de nuestra generación los que son distintos. Así que algo hicimos distinto, o tal vez nuestros chicos se cansaron de ver que todo el esfuerzo o sacrificio que uno hacía no era remunerado en la justa medida y decidieron que no seguirían nuestros pasos.
Me pregunto ¿Quién es más feliz ellos o nosotros? Es una respuesta difícil, ellos piensan que lo están haciendo bien y son más felices que nosotros, tal vez fuimos nosotros los que no fuimos tan inteligentes.
Pero me sigue costando demasiado ver que los chicos solo hacen el trabajo por el que uno les paga y no están dispuestos a dar más allá, la frase: “Eso no me corresponde hacerlo” es común y a uno le dan unas ganas enormes de decir que mucho de lo que uno ha hecho por ellos tal vez tampoco nos correspondía, y simplemente lo hicimos.
Pienso en la gente que ha trabajado conmigo, siempre le he enseñado todo lo que se, sin reservas o importarme las consecuencias, y cuando a alguno de esos chic@s a los cuales le he enseñado tanto, me dice: “es que eso no me corresponde” “porque no me está pagando para que yo haga eso”, me da mucha tristeza.
Tal vez somos nosotros los que estamos equivocados y llevamos toda una vida “dando hasta que duela” como decía la Madre Teresa de Calcuta, sin que eso tenga más valor que la satisfacción interna que me queda de dar hasta que duela.
Hoy tengo que hacer un ejercicio mental para respirar profundo y dejar de esperar de las nuevas generaciones nada, mi hijo pequeño diría que es un ageismo… que le vamos a hacer si es así, pero es que estamos hechos de una pasta distinta y no hay nadie que me lo quite de la cabeza. Lo más triste es que se nos va poniendo duro el corazón y se nos van quitando las ganas de dar hasta que duela.