Los otros días caminaba por los alrededores de mi casa y vi un tipo haciendo ladrillos, me llamó la atención porque no sabía cómo se hacían, así que me detuve a observar el hombre que seguía en su tarea, tenía un molde y arcilla, había preparado una mezcla con agua e iba rellenando los moldes. Al rato el hombre reparó en mí y me preguntó amablemente si necesitaba algo.
- No – le respondí – solo me llamó la atención el proceso de preparación de ladrillos, en verdad nunca lo había visto. ¿Cómo hace para que no se peguen al molde y luego pueda sacarlos?
- Se introducen junto con el molde dentro del agua – me respondió el hombre.
Observé un rato más y luego pensé que tal vez estaba estorbando aquel hombre tan concentrado en su trabajo y no quise seguir preguntando, me alejé de allí pensando en los ladrillos, que olvidé desde que llegué a la casa, llena de mis preocupaciones
Unos días después volví a pasar por el lugar y observé la pila de ladrillos rojos, no pude resistir la tentación de acercarme y tocarlos, estaban secos y firmes, algunos tenían pequeñas grietas pero en general estaban muy bien hechos, el molde les había dado una textura en el exterior que le daba cierta clase. El hombre de los ladrillos no estaba por ninguna parte ese día, así que pude observar a mis anchas. Luego regresé caminando a mi casa y pensaba que los ladrillos se observaban allí apilados como si no tuvieran ningún propósito, recordaba el hombre afanado llenando los moldes y procurando que quedaran bien formados, probablemente luego serían usados para algún fin pero ahora parecían sin sentido.
Mientras caminaba pensé que yo también parecía un obrero haciendo ladrillos, me pasaba el día llena de tareas, haciendo esto y aquello, una serie acciones o fragmentos desligados unos de otros, perdidos sin continuidad o conexión. Me preguntaba en qué dirección me llevarían ese afán en el que pasaba mi dia, sin parar un momento, cuál era el sentido de todo aquello por lo que tanto me preocupaba y vi mi vida asi, como ese grupo de ladrillos: acciones apiladas sin dirección o sentido, me sentí triste.
Pasaron algunas semanas y me olvidé de los ladrillos, hasta que una tarde calurosa de verano volví a pasar por el lugar y ví un hermoso asadero hecho de los ladrillos que había preparado el hombre. Me detuve nuevamente a observar la maravillosa obra, los ladrillos perfectamente unidos, conectados unos con otros con el cemento, desde la base los ladrillos forman un cono que se iba acortando hasta formar la chimenea que se proyectaba hacia el cielo, en el interior del asadero los ladrillos estaban colocados al azar algunos hacia afuera dándole un aire majestuoso. Nuevamente no había nadie en los alrededores y pude contemplar a mis anchas la belleza del asadero. No entendía porque me daba una sensación de alegría o satisfacción como si fuera yo quien hubiera hecho el asadero.
Mientras caminaba hacia la casa, de repente todo cobró sentido en mi vida, me di cuenta que: hay un tiempo para hacer ladrillos y otro para construir el hermoso asadero que queremos. A veces solo percibimos nuestras acciones como fragmentos desligados unos de otros, perdidos sin continuidad ni conexión, pero el universo sabrá colocarlos en su puesto justo, en su momento oportuno, cuando maduren los tiempos. Creo que a lo largo de nuestra vida, muchas veces nos toca hacer ladrillos, otras construir el asadero, somo ingenuos al pensar que después que hagamos ladrillos y construyamos el asadero ya hemos terminado, es solo el fin de una etapa y luego vendrá otra, tal vez la pregunta que debería hacerse es en qué momento de mi vida estoy ¿Haciendo ladrillos o construyendo el asadero? Eso podría traer algo de tranquilidad al momento que uno vive.