El Machete


El lunes me fui de viaje a Puerto Rico, cuando iba a pasar aduana me quité el reloj y lo puse en el bolsillo delantero de la maleta, junto a mi pasaporte. Pase migración y me detuve a comprar algo cuando me di cuenta que el reloj ya no estaba en el bolsillo. Por un momento pensé que lo había perdido cuando pase la maleta, y regrese al puesto de aduana. Por casualidad estaba allí el Subdirector de Operaciones del aeropuerto y cuando le explique lo sucedido, el tipo se lo tomó personal. Yo logré ubicar el reloj con Find my devices y entendí que el reloj se me había caído y alguien lo había agarrado porque en el celular veía el reloj en el aeropuerto. En una operación parecida a las series que ve mi madre de CSI, con las cámaras de seguridad del aeropuerto identificaron que el reloj se me había caído cuando saque el pasaporte para pasar migración y que un chico que venía detrás de mí lo había agarrado. El militar ubicó al chico en una de las puertas de salida y lo agarró preso y quería que yo pusiera una querella por robo. Era un chico mexicano, y me dio pena, el decía no supo qué hacer con el reloj cuando lo encontró, además de que si me ponía en esos trámites iba a perder mi avión, decliné poner la querella y le di al chico el beneficio de la duda, agarre mi reloj y me fuí. En la oficina del militar el señor le dijo al chico: «Uno no toma lo que no es suyo, si usted se encontró ese reloj porque no lo devolvió a las autoridades» Mientras subía al avión recordé una anécdota que me había contado papi sobre su abuelo y yo había escrito un cuento que aún no lo había publicado y pensé que con ese preámbulo era oportuna la historia, así que la comparto con ustedes.

El Machete

17 agosto 2024

Era un hombre que se manejaba por las reglas, nunca hacia lo indebido, cumplia fielmente los  mandamientos, por eso no mentía, no robaba, pero tampoco era capaz de quedarse con nada que no hubiera conseguido por sus propios medios, que para eso trabajaba dignamente más de ocho horas al día en su finca de cacao. Por eso cuando se enteró de lo que había hecho el capataz, Rafael, armó un zaperoco y lo escucharon durante horas peleando. 

Para llegar al otro lado de las tierras había que pasar 7 veces el río, porque aunque el camino era recto, el río serpenteaba a lo largo del tramo. El capataz, Rafael, iba en un caballo y vadeaba el río por la parte más baja, cuando iba a medio camino el resplandor del sol se reflejó en algo que estaba en el fondo del río, lo deslumbró un poco y con curiosidad, después de terminar de cruzar al otro lado bajó del caballo. Se quitó las botas y se remangó los pantalones y desanduvo los pasos hasta el punto donde creyó ver el resplandor. No se equivocó, en el fondo del río había un machete corto, estaba nuevo, la hoja limpia y afilada, definitivamente se le había caído a alguien al cruzar el río. Rafael no lo pensó dos veces y muy contento cargo con su machete.

Al llegar de regreso a la finca, alardeando un poco, contó la anécdota al resto de los operadores de la finca, orondo, repitiendo su hallazgo a todo el que preguntaba. Ni Rafael, ni el resto del grupo se dió cuenta que el abuelo se había acercado y escuchaba la historia, hasta que finalmente terminó y entonces comenzó a dar tales gritos, que el grupo se dispersó como por arte de magia y solo quedo el pobre Rafael con la cabeza baja escuchando el sermón del abuelo: «que como se le ocurrió agarrar eso, que eso no era de él, que tenía que dejarlo donde lo encontró para que cuando el dueño se devolviera recuperara su machete, que eso era lo mismo que robar…» y así siguió durante horas, Rafael intentaba balbucear excusas, pero el exabrupto del abuelo era tal que no escuchaba razones, intentaba alejarse para ver si se calmaba pero eso empeoraba las cosas. El pleito duró hasta la noche, cuando la abuela, harta de oír repetir la misma cantaleta, le pidió por favor que ya se callara o sino tendría que irse a dormir a otro lado. Ante la advertencia de la abuela, dejó de reclamar en voz alta pero continuaba refunfuñando por lo bajo.

Al otro día, todos pensaban que finalmente la historia del machete había terminado, lo que distaba mucho de la realidad. El abuelo confiscó el machete y se auto designó el responsable de averiguar quién era el dueño y devolver la preciada prenda. Así que desde aquel día toda persona que pasaba por la casa tenía que escuchar la desafortunada historia de Rafael y al final la consabida pregunta; ¿No será suyo el machete por casualidad? a lo cual el visitante respondía que no, que no había perdido ningún machete. El tema era que el abuelo ya estaba un poco senil y no recordaba a quien le había ya preguntado por la propiedad del machete y los visitantes, sobre todo los asiduos, tenian que volver a escuchar el relato una y otra vez y volver a responder que el machete no les pertenecía.

Al principio, la abuela y el resto de las personas de la casa vieron con buenos ojos, que el abuelo intentará hacer una buena acción devolviendo el machete, pero con el correr de los días, semanas, meses, ya la gente estaba harta de la historia y los visitantes comenzaron a  rehuir la visita a la casa para no tener que escuchar la historia una y otra vez. El problema era que no se limitaba simplemente a preguntar: ¿A usted se le perdió un machete? sino que en cada ocasión, montaba en una cólera parecida al día del incidente y contaba con lujo de detalles lo acontecido.

La hija del abuelo llegó por esos días de visita a la casa a pasar una semana. Luego de escuchar la historia por décima vez fue a hablar con la abuela y trazaron un plan para ver si lograban acabar con aquella situación.  Ella logró convencer al abuelo que se llevaría el machete y haría los mejores oficios para encontrar el dueño, el abuelo, misteriosamente aceptó la propuesta. Esto provocó que el abuelo no volviera a mencionar el dichoso machete y la paz volvió a reinar en la casa, por un tiempo.

Algo más que un mes cuando la hija volvió a visitarlos, el abuelo le preguntó por el machete y si había encontrado dueño. La abuela que estaba presente le hizo miles de señas con los ojos y la hija reaccionando rápidamente respondió: «Ay si papá, resulta que preguntando y preguntando un señor que llegó a la casa me contó que sabía quien era el dueño del machete, porque la persona que lo perdió le había contado la historia, y entonces se lo entregué pidiéndole de favor que lo devolviera» El abuelo miró a su hija con una sonrisa triunfal y no se volvió a hablar nunca más del incidente.

Años después cuando la hija murió y estaban recogiendo y desmantelando la casa, encontraron el machete debajo del colchón.

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