Tabby era una gata naranja atigrada, era pequeñita y joven, andaba con mucha hambre y pasó frente al parqueo que tenía la puerta abierta, asomó la cabeza y se quedó tan absorta en el plato repleto de comida que había en la puerta de la casa, que no se dio cuenta que la puerta se había devuelto y se quedó con la cabeza atascada. No le dolía, porque había espacio suficiente para su pequeño cuello, pero no podía sacar la cabeza ni empujar el cuerpo. La gata flaca al darse cuenta de la situación se levantó y fue donde estaba y se detuvo a observar,
- ¿No puedes salir?- le preguntó después de observar detenidamente por un tiempo que pareció eterno.
- No, es obvio que estoy atascada – le respondió enfadada.
- No te enfades, no puedo hacer nada, y no es mi culpa, ¿Te duele?
- No, la verdad es que no me duele, pero no puedo empujar, ni jalar.
- Mira, he estado suficiente tiempo debajo de ese auto para saber que la puerta se volverá a abrir en algún momento.
- Bueno, eso podría ser un buen consuelo, pero… ¿cuánto tiempo tendré que esperar?
- Eso no te lo puedo decir, recuerda que soy una gata y no tengo mucha noción de los tiempos, la puerta se abre y se cierra varias veces en el día, pero según he podido observar no parece tener intervalos definidos.
La perra Prida, se asomó por la ventana, al observar a las dos gatas en la puerta, ladró:
- Guau, ¿qué está pasando ahí?- preguntó Prida
- Ella se ha quedado atascada en la puerta y no puede salir – dijo la gata flaca
- ¿Tienes una idea de cada cuánto tiempo se abre la puerta? – preguntó Tabby a Prida.
- Mmm no, he podido identificar que cuando va a entrar un carro se abre, también cuando suena el timbre de alguna de las casas después de un rato, pero eso no pasa con tanta frecuencia, normalmente en las mañana se abre y se cierra mucho, pero a esta hora ya casi todos los carros se han ido.
- Si ibas a abrir la boca para dar tan malas nuevas mejor desaparece – Dijo la gata flaca, que siempre andaba de mal humor y se peleaba con todos.
- Hey, yo solo respondí lo que me preguntaron, ¿porque no hablas con el gato de abajo? a veces cuando maúlla, la dueña sale – sugirió Prida.
- Si puede ser una buena idea – dijo la gata flaca
La gata flaca se asomó a la puerta de abajo y maulló varias veces, aunque ella sabía que Momo, que así se llamaba el gato de abajo, no le haría caso si la dueña no estaba en la casa. Después de todo, los gatos no nos maullamos entre nosotros, solo lo hacemos para comunicarnos con los humanos. Maulló de nuevo solo para comprobar que la dueña no estaba, recordó que la había visto salir muy temprano, y se acercó de nuevo a la puerta del parqueo. Momo, era solo un gato pretencioso, como tenía seguro: agua, comida, cama y arena no solía codearse con nadie, sabía que estaba perdiendo el tiempo.
- Lo siento vieja, no creo que la dueña esté ahí, ahora recuerdo que la vi salir temprano – dijo la gata Flaca.
- No me digas vieja, no ves que soy una gata pequeña me llamo Tabby pero, tenemos que hacer algo, ya me esta comenzando a doler el cuello de tenerlo tieso.
- Ok Tabby, pero recuerda que eso te pasó por andar entrando las orejas donde no te llaman.
- Bueno, este no es el momento de andar haciendo reclamos, si me vas a ayudar, haz algo- dijo enojada Tabby
- Hey Prida, ¿y el dueño tuyo, no está por ahí? no he visto que haya salido hoy – preguntó la gata Flaca.
- Si está aquí, pero no creo que abra la puerta – respondió Prida
- Y si te pones a ladrar como haces a veces, que no te callas, él se enoja y sale y entonces tal vez se de cuenta de lo que ocurre y abra la puerta.
- Bueno, pero cuando ladro así, él sale enojado y me regaña.
- Si, pero en este caso va a ser por una buena causa.
- Está bien, lo intentaré – dijo Prida.
Prida comenzó a ladrar como si se le fuera la vida en ello, brincaba en la ventana y ladraba cada vez más alto y más fuerte. De pronto escuchó la voz de su dueño:
- Prida, podrías hacer el favor de callarte – dijo el dueño desde la habitación.
- Bueno, esto como que no está resultando, ya está enojado y ni ha salido del cuarto – dijo Prida.
- Tienes que ser constante y seguir ladrando, él se va a desesperar cuando vea que no te callas o alguien va a salir.
- Bueno, lo volveré a intentar – dijo Prida.
Prida volvió a ladrar con más ímpetu, brincaba en los muebles, se subía y se bajaba de la ventana, ladró tanto que estaba ronco y ya casi ni le salían los ladridos y entonces escuchó la puerta de la habitación.
- Pero Prida por Dios y qué es lo que te pasa, te has vuelto loca.
El dueño se asomó por la ventana y observó curioso lo que ocurría, Prida ladraba como que quería lanzarse por la ventana, la gata flaca observaba solidaria a la gatita naranja atascada en la puerta, parecía una escena sacada de un cuento. Comenzó a buscar el control de la puerta sin resultados exitosos. Tomó el celular y llamó a su esposa.
- Carmen, donde dejaste el control de la puerta, dime rápido, luego te cuento, hay una gatita atascada en la puerta que no puede salir… ok te llamo después.
El dueño buscó el control y lo activó y cuando la puerta cedió observó a Prida tranquilizarse, la gata naranja, movió el cuello a un lado y al otro y la gata flaca blanca continuaba mirándola con detenimiento.
- ¿Estás bien? – le preguntó la gata flaca.
- Si, tengo el cuello entumecido pero estoy bien.
- La próxima vez ten más cuidado y no andes asomándote a los predios ajenos – le dijo la gata flaca con un tono enojado.
- No te preocupes tendré más cuidado.
Tabby se alejó por el momento, pero se prometió que volvería a ver aquella puerta que tanto prometía con un plato de comida lleno. Esa gata flaca no la iba a intimidar con sus amenazas.