Estaba sentada en la sala de la casa, él en un sillón y ella en otro. Ella lo miraba con su pelo cano, su cuerpo encorvado y distraído del mundo. Hace mucho que había renunciado a entablar alguna conversación con él porque apenas le escuchaba, le agotaba tener que estar levantando la voz, de todas formas sin éxito, porque aunque tuviera puesto los aparatos, no la comprendía.
Ella lo miraba triste y vino a su cabeza una imagen viva de aquel dia, hacia ya mas de 40 años cuando se había ganado un papá…
Lo tenía en la cabeza hacía días, sentía la necesidad de escribir aquella carta, porque sabía que no tendría el valor de decirlo personalmente, pero se preguntaba que pasaría después que la escribiera, ¿Tendría el valor de entregarla? ¿Cuál sería la respuesta de él? ¿Se enojaría? ¿La podría de castigo? Pegarle era algo que descartaba, porque él nunca le había puesto las manos encima de una forma violenta.
Aquella noche, se armó de valor, se sentó en su escritorio ya tarde, cuando todos dormían y con su pulcra caligrafía, sin errores, en un papel de carta de rosas que tenía, le escribió la carta a su papá.
Al otro dia se levantó nerviosa, pero le esperaba una mañana de colegio, pensó que una vez llegara a clases y se envolviera en la rutina se olvidaría de su plan, pero no pudo, varias veces los profesores, le llamaron la atención porque estaba en otro mundo, cuando sonó el timbre de salida sintió alivio, pero a la vez las tripas comenzaron a retorcerse y sonarle. Cuando su papá llegó a recogerlos, subió al carro y apenas se atrevió a mirarle, no quería que se le notara en la cara su plan.
Almorzó rápido, fue a su habitación tomó la carta y la metió entre su ropa, pasó por el comedor donde todos aún almorzaban y subió a la oficina de su papá. Él acostumbraba dejar su maletín encima del archivo, así que con mucho sigilo lo abrió y colocó la carta en uno de los soportes. Ella sabía que él solo tomaba el maletín sin abrirlo y regresaba a la oficina a eso de las tres de la tarde, así que cuando llegara y lo abriera nuevamente se encontraría con la carta.
Estuvo vigilando los pasos de su padre y lo siguió hasta que por la ventana de la sala lo vio subir a su volkswagen amarillo, sintió alivio de momento, pero entonces comenzó a pensar en todas las consecuencias que tendría haber enviado aquella carta, ahora ya no habría marcha atrás, su papá encontraría la carta en menos de una hora y caía en la cuenta la locura que había cometido. Cómo se le había ocurrido hacer eso, qué pensaría su papá de ella y se preguntó las consecuencias que aquello tendría en su vida a partir de aquel día. Se imaginó desterrada de la casa, enviada a un internado, por ser una hija ingrata, malagradecida, inconsciente y atrevida. Se fue a su habitación y aunque intentaba concentrarse en sus tareas, veía como pasaban lentamente las horas, las cuatro, las cinco, las seis y cuando iban a ser las siete, hora en que normalmente su padre regresaba del trabajo, la cabeza casi le estallaba.
Sintió la cerradura de la puerta de la casa y como siempre todos salían a recibir al papá, ella tenía que enfrentar el momento y salió corriendo a la sala, pero allí estaba su papá igual que cada noche, saludandolos a todos de forma normal y a su madre con el beso acostumbrado. Se sentaron a cenar, como si no hubiera ocurrido nada, y en su mente ella imaginaba, que tal vez su papá no había encontrado la carta y que ella aún tenía tiempo de deshacer su entuerto y cuando su papá pusiera de nuevo el maletín encima del archivo ella podría recuperar la carta.
En esas estaba cuando escuchó a su papá decir: «Voy a donde la tía Josefita esta noche y quiero que Sara me acompañe» el corazón le dio un vuelco y miró asombrada a su papa mientras escuchaba que su hermana decía que ella también iba, y entonces él respondió: «Yo dije Sara, no quiero que nadie más vaya con nosotros». Entonces ya sí que no le cupo dudas de que su papá había leído la carta y sintió como sus ojos se aguaban y volteaba la cara para que no vieran dos lágrimas que se iban asomando.
Cuando subió al carro no se atrevía a mirar a su papá y solo estaba a la expectativas. Un silencio se instaló aquella noche mientras el vehículo circulaba y ella miraba las luces de la calle que se cruzaban. De repente él suspiró y comenzó a hablar.
«Recibí tu carta. Una carta que me ha llenado de tristeza… Cuando yo era un chiquillo de 12 años igual que tu, me pasaba la vida deseando tener alguien con quien conversar, mi padre era un hombre estricto, austero, con quien era difícil cruzar una palabra, le tenía mucho miedo, y nunca me atreví a hablar con él y expresarle las cosas que sentía o preguntarle las dudas que surgían en mi vida mientras crecía. Después de un tiempo desistí de intentarlo, pero me prometí a mi mismo que cuando me casara y tuviera mis hijos, yo nunca haría lo mismo, que tendría una relación de amistad con mis hijos y construiría lazos para que ellos me tuvieran confianza y vinieran a mi cada vez que me necesitaran. Hoy al llegar a la oficina y leer tu carta sentí que había fracasado porque he cometido el mismo error que mi padre»
Ella no se atrevía a abrir la boca, lo había mirado cuando él comenzó a hablar y lloraba.
«Hoy te agradezco infinitamente que hayas tenido el valor, que yo no tuve, para escribir esa carta y decirme que lo estoy haciendo mal, porque con ella me has dado la oportunidad de rectificar y cambiar, y decirte que te quiero con toda la intensidad que un padre puede querer a una hija, que siempre estaré aquí cada vez que me necesites y que cuentes conmigo incondicionalmente para todo lo que se presente en tu vida, desde ahora hasta que yo no esté»
Regresó de sus recuerdos… Cuánto extrañaba a aquel papá en el que se convirtió a partir de aquel día, volvió a mirarlo con sus canas y su mirada extraviada, sintiendo la alegría de que él había estado con ella en los momentos difíciles de su vida, en las alegrías y en las penas, tal y como le había prometido. Suspiró resignada y pensó que ahora le tocaba a ella acompañarle hasta que ya no estuviera.
Gracias por la comunicación siempre Maitreyi cuidate mucho
El sáb., 6 mar. 2021 7:11 p. m., Carolina Mueses escribió:
> Carolina posted: » Estaba sentada en la sala de la casa, él en un sillón y > ella en otro. Ella lo miraba con su pelo cano, su cuerpo encorvado y > distraído del mundo. Hace mucho que había renunciado a entablar alguna > conversación con él porque apenas le escuchaba, le agotaba» >
Aquí estoy en un mar de llanto!!! Me encanta!
Beatriz J. Sánchez de Duquela
Jajajaja que bueno !!